Diario de Almeria

Un signo lleno de vida

- VICTORIANO MONTOYA VILLEGAS Responsabl­e Archivo Diocesano

CUANDO se lee o escucha este conocido fragmento del evangelio conocido como «la expulsión de los mercaderes del templo de Jerusalén», tendemos a identifica­r el gesto realizado por Jesús con nuestros enfados o rabietas. Incluso, justificam­os este actuar de Jesús al catalogarl­o como «normal» al contemplar la f lagrante profanació­n de un lugar sagrado por la avaricia de unos cuantos mercaderes.

El sentido original del templo era ser signo de la promesa de

Dios de salvar a la humanidad. En esta promesa, el pueblo de Israel tenía el valor de ser testigo de esta salvación y atraer a los demás pueblos al conocimien­to y el amor de Dios. Sin embargo, el pueblo elegido olvidó que él no era el dueño de la voluntad de Dios, sino, simplement­e, su pregonero. En este contexto, el templo se convirtió en el símbolo más importante de la tergiversa­ción que Israel había realizado de la voluntad divina. Así, se apropió del templo y lo convirtió en lugar de segregació­n entre hombre y mujeres, judíos y gentiles, puros e impuros…

Por ello, nada tiene que ver el gesto de Jesús con nuestros arrebatos de ira o rabia. Jesucristo realiza un gesto profético dirigido a devolver el sentido original a las grandes «institucio­nes» que Dios había dado al pueblo de Israel como camino para un encuentro personal entre ellos y el Dios que los había hecho su pueblo. Por ese motivo, Jesús explicó el sentido auténtico de la ley, el significad­o que tiene el templo, el valor de la obras…

Cuando Jesús realiza este gesto de «purificar» el templo, no se limita a restaurar el valor original, sino que va más allá y establece un nuevo «templo»: su propia persona. De manera que para que cualquier persona pueda acercarse a Dios, no hay otro «lugar» que el mismo Jesucristo. En Él tenemos el único camino cierto y seguro para el encuentro con Dios. Ya no son necesarios más sacrificio­s que el suyo y su palabra es la verdadera «menorá» capaz de iluminar la vida.

Frente a la tentación de intentar manipular a Dios, el gesto de Jesús en el templo de Jerusalén, es una llamada a mantener constantem­ente abierto nuestro corazón a la voluntad de Dios. Es recordarno­s que nosotros somos posesión suya y Dios no es nuestro «amuleto». Que hay que estar muy atentos y en constante reforma de vida para que nuestro testimonio no cierre el camino a nadie el encuentro con Dios, sino que ref lejando el vivir de Cristo, seamos siempre llamada a toda la humanidad para el encuentro con el Dios de la vida y la salud verdadera.

Para acercarse a Dios, no hay otro «lugar» que el mismo Jesucristo

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