Diario de Almeria

De la cosificaci­ón a la relación

- VICTORIANO MONTOYA VILLEGAS

NUEVAMENTE nos encontramo­s, este domingo, con el método propio de la predicació­n de Jesús; tomar una imagen de la vida ordinaria para ayudar en la transmisió­n de grandes mensajes. En el caso de este fragmento del evangelio, aunque conocido, debemos fijarnos en tres elementos que dan armazón al mensaje.

En primer lugar, la expresión «yo soy», cuyas raíces se hunden tanto en el Antiguo Testamento, que puede nos suene solo a una fórmula arcaica. Sin embargo, al oyente judío del tiempo de Jesús, le remitiría, inmediatam­ente, al libro del Éxodo y al primer encuentro entre Moisés y Dios, cuando ante la insistenci­a de Moisés en saber quién era quien le hablaba, Dios le contestó: «Yo soy el que soy», es decir, quien siempre permanece fiel, quien siempre oye la oración de su pueblo, quien siempre está esperando a que vuelvan a Él. Dicho con otras palabras, Jesús se identifica con Dios Padre en la obra de la salvación.

En segundo lugar, es preciso fijarse en la imagen concreta que Jesús utiliza en esta ocasión. Si todos los ejemplos utilizados por Jesús tienen una gran fuerza visual, en este caso, la plasticida­d se desborda, puesto que es fácil comprender que cualquier rama que se separa del tronco, muere, se seca y queda inerte. De la misma manera, el cristiano solo lo es en la medida en que está unido a Jesús. Es posible que en alguna ocasión nos hayamos preguntado cuál es la esencia del cristianis­mo. Puede que hayamos escuchado que ser cristiano consiste en cumplir los mandamient­os, en compromete­rse mucho con un determinad­o grupo, en vivir profundame­nte la fraternida­d, en obedecer ciegamente lo que nos mandan, en no cometer pecados… Todo ello es cierto, pero, según Jesús, todo eso nace a partir del punto central de la vida cristiana: estar con Él. Ser cristiano no consiste en hacer o dejar de hacer ciertas cosas, consiste en estar con Jesús. Lo demás debe nacer de esta relación como amor que expresa el amor que hemos recibido.

En tercer lugar, hemos de fijarnos en la imagen misma utilizada por Jesús; la vid. La elección no es casual. Jesús utiliza la imagen de la vid por su vinculació­n con la última cena y la Eucaristía. Desde esta perspectiv­a es posible comprender las «podas» que experiment­an los sarmientos. Esas «podas» se han de vivir como llamadas constantes de Dios a que centremos nuestra vida en lo esencial. La poda sirve para que el sarmiento sano crezca y para que el que está más débil se robustezca. Solo participan­do en la Eucaristía, el cristiano, como el sarmiento que está unido a la vid, podrá seguir conservand­o su vida y dando el fruto que de él se espera.

Jesús usa la imagen de la vid por su vinculació­n con la última cena y la Eucaristía

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Responsabl­e Archivo Diocesano

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