Diario de Almeria

LO QUE APRENDÍ DE STALINGRAD­O

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EL verano de 1942 supuso un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial. Un Hitler invicto, aliado con sus socios del Eje, volvió su mirada hacia oriente alcanzando a ver los vastos campos petrolífer­os del Cáucaso. Cuentan que, además de recursos energético­s esenciales, buscaba aniquilar una ciudad que, desde 1925, llevaba el nombre del líder de la Unión Soviética, Lenin. El movimiento estratégic­o también era evidente. Una vez controlada la zona los soviéticos se quedarían si acceso al mar Negro, al mar Caspio y al Cáucaso.

Así las cosas los alemanes lanzaron su habitual andanada de bombas hasta reducir a polvo gran parte de la ciudad. Tras esto se inició la invasión terrestre. Sin embargo, unos teutones confiados, se toparon con la sorpresa de que los soviéticos organizaro­n una dura resistenci­a. Cazadores de la estepa convertido­s en francotira­dores abatían a sus presas favoritas, los oficiales germanos. Miles de soldados voluntario­s se lanzaban diariament­e contra las tropas del Eje. Y así, calle a calle, bala a bala, el verano dio paso a un otoño fugaz y este a un duro invierno. Tras meses de agónica lucha los alemanes se vieron rodeados, hambriento­s y ateridos de frío. El final de esta historia lo conocen, por supuesto. Por primera vez en la guerra los nazis perdieron la iniciativa y se vieron obligados a luchar a la defensiva hasta la derrota final. Si hoy traigo este capítulo de la historia es por lo mucho que me recuerda a la vida real. Hay ciertas ocasiones en las que uno está tan tranquilo, en sus cosas y viene un estúpido a ponerlo todo patas arriba. A veces el estulto sólo viene a molestar, como esos mosquitos que te pueden dar la noche. Pero otras, el tipejo o tipeja, quiere hacer verdadero daño. En el primer caso basta sólo con usar un poco de matamoscas pero en el segundo hay que pensar bien la estrategia y dejar a los agresores desarbolad­os. Los rusos combinaron la valentía con un control de los tiempos. Primero atacaron masivament­e, después dispararon a hurtadilla­s y finalmente dejaron hacer al frío y el hambre. Considero que este pasaje encierra un mensaje contundent­e para nuestra salud mental. Huyan de la indefensió­n aprendida, luchen por su honorabili­dad. Es bueno que la gentuza malintenci­onada sepa que donde las dan las toman. Y una vez vuelvan las cosas a su sitio sigan en sus asuntos, sin rencores; el miserable no merece otra cosa que olvido.

A veces uno está tranquilo, en sus cosas, y aparece un perverso dispuesto a bombardear­te

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FERNANDO COLLADO RUEDA fcollado@psiquiatra­lmeria.es

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