Diario de Almeria

RECUERDO DE LA MILI

- Almirante retirado JAVIER PERY PAREDES

EN la década de los sesenta se produjeron dos accidentes de aviación en las aguas próximas a Almería. Uno de ellos es motivo de atención continuada en los medios de comunicaci­ón bajo el título genérico de: “la bomba de Palomares”; hasta el punto que ahora se emite un documental sobre el asunto. El segundo sucedió tres años más tarde, el 14 de mayo de 1969 a pocas millas de la Punta de la Polacra. Se trataba de un Grumman HU-15ASW “Albatross”, un avión anfibio del entonces 206 Escuadrón del Ejército del Aire tripulado por una dotación mixta de aviadores y marinos, dedicada a la lucha antisubmar­ina.

El avión salió de la base aérea de San Javier, en Murcia, y tenía como destino el aeródromo de la Parra en Jerez de la Frontera, Cádiz y, como era costumbre, hacía el recorrido sobre la mar para aprovechar el tránsito para dedicar las horas de vuelo al adiestrami­ento de la dotación en lo que era lo suyo: la patrulla marítima. Eran unas horas en las que se alternaban la navegación por estima con las maniobras de detección por radar o de seguimient­o y punteo con el detector de anomalías magnéticas, ese instrument­o que permitía confirmar que había un submarino debajo de la superficie de la mar. Eran tiempos donde la prioridad era saber dónde estaban los submarinos rusos que pasaban cerca de nuestras costas, así que la instrucció­n en tácticas antisubmar­inas primaba sobre otras formas de combatir en la mar.

La tripulació­n estaba al mando del Teniente Coronel del Arma de Aviación don Federico Garret, experto aviador y comandante del escuadrón. A bordo del Pato (distintivo se utilizaba para designar a estos aviones cuando estaban en vuelo) iban seis personas más: tres miembros del Ejército del Aire y tres de la Armada. Mientras realiza una maniobra de adiestrami­ento a baja altura, el f lotador del plano izquierdo del avión impactó sobre la superficie, y el avión se estrelló en la mar.

Era un día de buena visibilida­d. Un buque mercante, la motonave “Garbi”, matrícula de Bilbao, navegaba por la zona camino de Cabo de Gata. Su capitán, don Andrés Morales Agacino, al ver el impacto del avión, mandó parar máquinas y arrió un chinchorro para auxiliar en lo que fuese posible. En aquel botecillo a remo iban dos marineros que se afanaron por recoger a

los posibles supervivie­ntes. Izaron a bordo al Teniente de Navío don Pedro

MacKinlay mal herido y quemado, pero con vida, y los cuerpos sin vida del Brigada Radioteleg­rafista del Ejército del Aire Bermejo y del Capitán de Corbeta Navarro Antón.

Consternad­os con la situación que vivían, como podrán imaginar, los marineros ayudaron como pudieron al supervivie­nte y colocaron con respeto a los infortunad­os sobre la bancada de popa del bote. Uno de los marineros que bogaba frente al cuerpo del capitán de corbeta se fijó, una y otra vez, sobre el letrero de portaba el mono de vuelo del caído. Quería cerciorars­e de que había un error en la divisa y que su memoria estaba en lo cierto. Seguro de su recuerdo le dijo: “Este hombre no se llama así, este señor es don Bernardo Navarro”. Tan rotunda fue su afirmación que el Teniente de Navío MacKinlay le pregunto que cómo lo sabía, a lo que el marinero contestó: “Fue mi comandante durante la mili”. Se trataba de un marinero que unos meses antes había terminado sus dos años de servicio militar. El Capitán de Corbeta Navarro había sido su comandante durante los últimos días de uniforme. Recordaba la afabilidad con que le despidió. La confusión del marinero se debía a que Navarro había pedido prestado un mono de vuelo antes de salir de San Javier para este viaje donde figuraba el nombre de quién se lo prestó.

Un mes más tarde, el Ministro de Marina, a propuesta del Capitán General del Departamen­to Marítimo de Cádiz concedió la Cruz del Mérito Naval de Primera Clase al capitán de la motonave “Gabi”. Nunca supe el nombre de aquel marinero. Y quien me contó la historia, protagonis­ta del suceso, tampoco pudo recordarlo cuando, al cumplirse cien años, recopilaba la historia oral de un siglo de la aviación naval.

Escribir estas historias sirve para que nunca caigan en el olvido aquellos que dieron su vida en acto de servicio. Pero también para agradecer a muchos españoles que hicieron el servicio militar, el honor que conceden a los militares de profesión con sus recuerdos afectuosos.

Escribir estas historias sirve para que nunca caigan en el olvido aquellos que dieron su vida en acto de servicio

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