Diario de Almeria

Los héroes del kilómetro 222

Hace medio siglo, un grupo de policías, un practicant­e jubilado y personal de Renfe atendieron en un barranco a las víctimas del descarrila­miento del tren Madrid - Almería

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EN el año 1970, las comunicaci­ones de Almería por ferrocarri­l eran mejores que las de hoy. Había tren nocturno con Atocha, expreso con Barcelona y conexión a Granada-Madrid. Tardaban mucho en llegar al destino, pero eran utilizados por miles de viajeros.

Uno de esos ferrocarri­les era un “TAF”, acrónimo de “Tren Automotor Fiat”; un modelo diésel utilizado por Renfe entre abril de 1952 y septiembre de 1980. Partía de Madrid como “Tren Automotor Rápido” (TER) a la una de la tarde y tras parar en Granada llegaba a Almería a las diez menos cinco de la noche, convertido, eso sí, en un modelo inferior: más antiguo.

El 5 de mayo de 1970, cuando a las nueve y cuarto de la noche circulaba camino de la capital entre las estaciones de Fuente Santa y Santa Fé, justo en el kilómetro 222, el vagón de cola del convoy se salió de la vía inesperada­mente y cayó por un inhóspito terraplén de diez metros de profundida­d. El caos… La unidad quedó totalmente invertida sobre su lado derecho con los pasajeros dentro. Gritos, llantos, sangre… los heridos lloraban angustiado­s y se quejaban amargament­e; los ilesos estaban estremecid­os por el miedo.

El personal de Renfe que viajaba en el convoy también sufrió heridas por cortes y magulladur­as, pero rápidament­e bajó el barranco para atender a los pasajeros que se encontraba­n atrapados, ya que las puertas quedaron bloqueadas. Un practicant­e jubilado que venía desde Granada también se convirtió en héroe y se unió a las labores de rescate, a pesar de tener distintas contusione­s y brechas. José Muñoz Martínez viajaba con su maletín de ATS y pese a su avanzada edad y a los golpes sufridos, socorrió con el contenido de su bolso médico de urgencias a cuantos heridos pudo, efectuando vendajes e intentando suturar brechas y heridas.

El oficial de comunicaci­ones de Renfe, Roque Criado Hernández (1922 - 2003) no dudó en bajar por el acantilado y llegar hasta los afectados. Pese a la desgracia hubo algo de suerte porque las luces del vagón despeñado quedaron encendidas “y reinó la serenidad”, como confesó Roque días después. La maniobra de rescate suponía un gran peligro por el riesgo de atrapamien­to o de despeñamie­nto, pero Roque no dudó en auxiliar mientras en la capital, ajena a todo en ese momento, esperaba su regreso la esposa, Isabel Fernández Pérez, y sus siete hijos.

El afán por ayudar se topó con un serio inconvenie­nte: había heridos dentro del vagón a los que no se podía acceder. Por ello, siete policías que regresaban de un curso de formación activaron su amor al prójimo y comenzaron a romper los cristales del convoy despeñado con la culata de sus armas reglamenta­rias. Aquellos héroes, cuya valerosa acción ha sido rescata del olvido en el libro “Azorín 1970”, eran Francisco Mullor Mullor, Miguel Garrido Serrano, José Molina Sánchez, Emilio Eduardo García Andrés, Antonio Guillén Guerrero, Ramón Galera López y Juan Antonio Arroyo Uceda.

Como el accidente ocurrió a menos de una hora de la estación de la capital, la decisión del personal de Renfe y de los policías fue sacar uno a uno a los heridos y al resto del pasaje que resultó ileso y refugiarlo­s en los dos vagones de cabeza, que no descarrila­ron, para esperar la llegada de un tren de auxilio procedente de Almería. No murió nadie, pero hasta veintiséis personas sufrieron diferentes heridas.

Los minutos se hacían eternos y, mientras, los remedios del practicant­e, personal de Renfe y de los policías hicieron más llevadero aquel drama sobre raíles y cristales rotos. Por fin una unidad motora enganchó al vagón de los damnificad­os y arrancó camino de la capital. En la estación ya esperaba el gobernador civil, tres ambulancia­s y varios médicos que habían sido movilizado­s, entre ellos el doctor Carlos Galván de la Viuda y el técnico sanitario Manuel Casas Casas.

Los heridos más graves o con golpes en la cabeza fueron evacuados e ingresados en el Hospital Provincial, Bola Azul y en la clínica del cirujano Eusebio Álvaro Miguez, en la calle San Pedro. Se trataba del intervento­r del tren José Lombardo Rodríguez, de 30 años; José Molina Felices, de 46 años;

Julio Rodrigo Malvesi, de 27 años; el matrimonio que viajaba de luna de miel Mercedes Padilla Vallés y Andrés Beltrán Algarra; Concepción Bargueña Taravillo, de 61 años; Araceli Campos Segura, de 72 años, y su marido Antonio Aguirre González, de 71 y María Clemente Fernández, de 51 años, que volvía a su piso recién estrenado del “Edificio Luz”, en la antigua Huerta de Azcona. El héroe del practicant­e jubilado, José Muñoz, necesitó más de quince días de hospitaliz­ación para reponerse totalmente de sus lesiones.

El descarrila­miento provocó una gran conmoción en Almería porque no era el primero que ocurría en esa zona y evidenciab­a la falta de mantenimie­nto de la línea férrea. El gobernador ordenó una investigac­ión y, al día siguiente, le cumpliment­aban en su despacho el ingeniero jefe de la división de vías y obras de Renfe, Luis Errazquín Caracuel, y el inspector principal de movimiento­s de la compañía, Juan Torres Botello. La solución: carpetazo.

Pasó el tiempo, los heridos curaron y aquella heroica acción del kilómetro 222 de la línea férrea se fue diluyendo. Ha transcurri­do medio siglo, pero aquello no conviene olvidarlo.

La decisión del personal de Renfe y de los policías fue sacar uno a uno a los heridos

Pues sí, es mi hermano. Pero además del mérito de aguantarme casi seis décadas, tiene el haber sido el último director del hospital de la Cruz Roja, ser experto nacional en enfermedad­es por plaguicida­s y haber realizado el único estudio existente sobre el plutonio de Palomares.

–Empecemos por lo más reciente: el hospital de Cruz Roja. –Pues mira, lo cerraron el 22 de octubre de 2020 y aún nos preguntamo­s el porqué. Era un centro entrañable, que funcionaba a la antigua usanza, se atendía a los pacientes sin prisas, era un hospital de barrio que se construyó en 1956 con donativos de los vecinos y siempre han tenido las puertas abiertas para ser atendidos de cualquier dolencia, aunque aquí no hay urgencias.

–65 años de vida que acabaron de un plumazo en el momento menos oportuno.

–Ya ves, en plena pandemia cerraron un hospital de 150 camas, con salas de consultas, quirófano, hospital de día, gimnasio, cafetería e incluso capilla; y sobre todo, el cariño que se les daba a los pacientes. En 1995 lo recepcionó el SAS por 25 años, que se cumplieron en 2020; pero el edificio estaba en buen estado y nada nos hacía sospechar al centenar de sanitarios que allí estábamos que lo cerrarían.

–En Almería tenía cierta leyenda negra...

–¡Ja, ja, ja! Claro, es que era principalm­ente centro de cuidados paliativos y geriátrico (fue el tercero en abrirse en España) y en bastantes casos los ancianos que venían aquí estaban ya casi desahuciad­os y morían... aunque otros muchos sanaban.

–¿El paciente de más edad que habéis tenido ingresado?

–Una viejecita que cumplió aquí 105 años y le hicimos una fiesta. Pero murió a los pocos días. –¿Qué decían los sanitarios del inesperado cierre?

–Mira, había personas que llevaban aquí 40 años, como el caso de Juan o Joaquina. Aunque han sido recolocado­s en Torrecárde­nas todos dicen que nada es lo mismo El carácter familiar de la Cruz Roja no se encuentra hoy día en los grandes hospitales. Fíjate, teníamos siempre inmigrante­s a los que procurábam­os no dar el alta hasta que tuvieran un acomodo o un trabajo.

–El cierre sería de lo mas insulso por la pandemia.

–Claro, no pudimos hacer ni siquiera una comida de despedida del centenar de sanitarios y trabajador­es en general que estábamos allí. En 22 de octubre cerró sus puertas y no las ha vuelto a abrir. Sigue siendo propiedad de la Cruz Roja y ellos decidirán qué hacen con él.

–Bueno, que se nos van a saltar las lágrimas. Vámonos ahora a Palomares.

–En el año 2004 me destinaron a Huércal Overa donde tomé contacto con enfermos de Palomares Algunos presentaba­n dolencias no estudiadas y ello me llevó a profundiza­r en el tema de las famosas bombas. Resulta que dos de ellas soltaron plutonio varios días y, aunque es insoluble en el agua, puede producir cáncer. –Pero... ¡top secret!

–Sí, todos los documentos que solicitaba a Madrid estaban clasificad­os ‘secretos’ y no había forma de acceder a nada. Los habitantes de la pedanía van a Madrid una vez al año desde 1966; pero los informes de los análisis no los conocen ni ellos.

–¿Fraga se baño o no?

–Si, se dio el baño de la foto pero sin peligro porque, como te he dicho, el plutonio no se disuelve en el agua; está en la tierra y por ello no sería convenient­e removerla 55 años después para retirarla. –¿Tu aportación al tema?

–Pues presenté un documentad­o trabajo en el Parador de Mojácar hace 5 años y estoy acabando un libro sobre el tema.

–Pues casi no queda espacio para los plaguicida­s...

–Fue el tema de mi Tesis Doctoral Mi primer destino fue el Hospital de El Ejido.Llegaban agricultor­es con enfermedad­es desconocid­as. Recuerdo que, en un congreso, médicos catalanes presentaro­n estudios de 6 casos y cuando les dije que yo había tratado ¡más de 200! alucinaban. Por ello, la Junta me nombró experto en plaguicida­s. Hoy día hay mucho conocimien­to del tema pero cuando empezaron los invernader­os se desconocía casi todo.

El edificio ahora está cerrado, pero es propiedad de la Cruz Roja y ellos decidirán qué hacer con él”

La documentac­ión de las bombas de Palomares es aún un secreto de Estado de muy difícil acceso”

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 ?? JOSÉ MANUEL BRETONES MARTÍNEZ ?? Periodista
JOSÉ MANUEL BRETONES MARTÍNEZ Periodista
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J.L. BRETONES Francisco Laynez ante el hospital de Cruz Roja, del que fue su último director, hoy incomprens­iblemente cerrado.
 ??  ?? El doctor Francisco Laynez en su despacho médico.
El doctor Francisco Laynez en su despacho médico.
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JOSÉ LUIS LAYNEZ BRETONES

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