Tres palabras son suficientes
ES frecuente, cuando visitamos algún museo, que nos indiquen que nos fijemos en un determinado detalle de una gran obra. En esa pequeña porción de la pieza maestra se concentra la genialidad del artista y la clave de comprensión del mensaje que intenta transmitir el autor. Con este fragmento del evangelio de san Juan, tomado del denominado «discurso de despedida», que podríamos llamar la última enseñanza verbal de Jesucristo, también podríamos fijarnos en unos determinados detalles que nos permitan captar, en profundidad, la enseñanza del Maestro. Esos detalles son tres palabras: elección, mandamientos y alegría.
«Elección» es la última de las palabras que aparece en el texto, pero nos acercamos a ella en primer lugar porque es, como diría san Ignacio de Loyola, «principio y fundamento» de todo lo demás. La vida cristiana es fruto de la elección que Jesucristo ha hecho de nosotros. Cada uno hemos tenido que responder afirmativamente a esa llamada, pero la iniciativa siempre es del Señor, por ello, no hay vanagloria posible en el seguimiento de Cristo, puesto que no somos cristianos por nuestros méritos personales, ni nos mantenemos en el seguimiento de Cristo porque seamos más fuertes o listos que los demás, sino, simplemente, porque procuramos poner los menos obstáculos posibles a la gracia de Dios que actúa en nosotros. Ser cristiano no es cuestión de esfuerzos y renuncias, sino de no estropear la obra de Dios en nosotros.
La segunda palabra es: «mandamientos». A nadie se nos oculta que esta palabra produce recelos en nuestra sociedad e, incluso, entre los mismos cristianos. Hemos caído en la trampa de pensar que estos mandamientos solo tienen una intención; coartar nuestra libertad. Lo que Jesús enseña a sus discípulos es a comprender que los mandamientos no nacen de un corazón restrictivo, sino proactivo, puesto que quien verdaderamente ama, no deja de hacer cosas sino que elije hacer otras cosas. Jesús nos recuerda que quien es llamado a la amistad con Él, debe elegir vivir de manera diferente, aunque a la vista de muchos parezca un camino de restricción.
La última palabra es «alegría». En el contexto de la última cena, cuando Jesús sabe que sus últimos momentos están muy cerca, habla a sus discípulos de alegría: «os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros». Los momentos que se avecinan no pueden eliminar la alegría que vive Jesús, puesto que no nace de las circunstancias externas, sino de la paz del corazón que vive quien es capaz de amar a los demás más que a uno mismo. El destino de aquellos que hemos sido elegidos y que queremos vivir según los mandamientos que Cristo nos ha enseñado es la alegría; la verdadera paz del alma.