Diario de Almeria

LA MAGIA DE LA VIDA

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ESA tarde se encontraba realmente feliz, tenía entre sus manos el libro que le había regalado su amigo Pepe. Se había divertido de lo lindo con su lectura, el autor hacía un retrato de familia con una ácida ironía, que en muchas ocasiones provocaba la hilaridad del lector. Desde hacía algunos años leer se había convertido en una forma de suplicio voluntario al que se sometía gustosa, eligiendo autores torturados por las mismas preguntas existencia­les que ella, dejándole el amargo sabor de la duda. No olvidaría nunca la feliz idea de su amigo, cuando le regaló el libro de Fernando Vallejo: “El desbarranc­adero”. Se miró las manos, en las que se apreciaba ya el paso del tiempo, y recordó que hacía mucho que no se había reído tanto. Por un instante pensó en la felicidad: qué era, porqué nos iba abandonand­o con el paso de los años, en qué recovecos de la mente se escondía, y la respuesta no era sencilla. Recordó cómo, a lo largo de los años, había ido perdiendo uno tras otro los sueños mágicos sobre los que había pivotado su infancia. Cerró los ojos y vio como, con apenas siete años, supo que los reyes magos eran una “mentirijil­la”: ni eran reyes, ni tenían magia, ni venían de oriente, eran simplement­e unos padres que se escondían en pijama y zapatillas, a la espera de que los niños cayéramos en los brazos de Morfeo. Hoy esa visión la llenaba de ternura, qué no daría por recuperar esas noches de expectació­n y nervios!. Después la realidad se fue imponiendo, y desechando de su mente la magia que envolvió su infancia, la vida se volvió más fría e inhabitabl­e. Refugiada en la lectura de autores torturados y tortuosos fue alejándose de lo real, de lo simple, de lo sencillo, escarbando en las mentes más complejas, y sin apenas darse cuenta, la alegría se fue diluyendo. Hoy sin embargo, tras la lectura de este libro, tan entretenid­o como divertido, cayó en la cuenta de que la vida podía ser razonablem­ente feliz sin ahondar más allá de lo que la realidad esconde. Volvió a acordarse de Arundhati Roy y su libro “El dios de las pequeñas cosas”, una bella intuición de la felicidad que anida en lo más nimio e insospecha­do, en lo cotidiano y en aquello que nos rodea sin que apenas tengamos conciencia de su existencia. Sintió a su alrededor cómo la primavera había hecho acto de presencia, la plaza que veía tras su ventana estaba repleta de petunias de mil colores, y el suelo aparecía tapizado de un delicado color violeta con que las jacarandas lo adornaban al desprender­se de sus flores, el aire derramaba perfumes, y por un momento pensó que la felicidad no la proporcion­aba la magia que otros describier­an, sino la actitud de cada uno para disfrutar de la vida. La idea del “güevon”, la paridora, o el destino del ser humano caminando hacia el desbarranc­adero, no deja de ser una metáfora divertida, si se mira con esos ojos infantiles, que nunca debieron cerrarse a la magia.

Se miró las manos, en las que se apreciaba ya el paso del tiempo, y recordó que hacía mucho que no se había reído tanto

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ANTONIA AMATE amateaboga­da@yahoo.es

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