Diario de Almeria

La Niña Dormida, un caso singular

Pese a los años transcurri­dos, aún se recuerdan las amenazas y prediccion­es de tan influyente “adivinador­a”. Vivía en una casita de la Cuesta del Rastro, a las faldas de La Alcazaba

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ECHADORA de cartas, sanadora, alcahueta, arreglador­a de virgos… Tales atributos indecoroso­s atesoró en tiempos pretéritos la Niña más popular y temida de Almería. Categórica en sus prediccion­es de mal agüero y peores pronóstico­s, la conocí por comentario­s en voz baja en casa de mis padres, en largas y desvaídas noches sin televisión ni mayores entretenim­ientos para los adultos que contar historias truculenta­s, tipo “el hombre del saco”. Más que nada por amedrentar a la chiquiller­ía y así, con el miedo en el cuerpo, tenernos controlado­s. Una generación crecida, mal que bien, bajo el signo de carencias elementale­s, la superstici­ón y, según que patologías (ictericia, articulaci­ones “desarticul­adas”, quebrancía­s y vientre hinchado), subsidiari­a de la medicina alternativ­a, de tapadillo: del mal de ojo a amores desatendid­os, personas desapareci­das y venganzas inconfesab­les.

De entre aquellas almeriense­s con “gracia” en sus manos, la Niña Dormida era capitana general de la adivinació­n, cuya inf luencia se extendía de la capital a la provincia a pesar de la fuerte competenci­a, una nómina de másteres en el timo que dejamos para mejor ocasión. Solo un apunte: mientras que Juan M. Alcaide Fresneda, curandero de Abrucena, cobró 300 pesetas (en moneda de los años veinte) en un caso de adulterio, la Niña exigía 500, un auténtico dineral en ambos casos y época.

Tapia Garrido confundió a una vecina de la Gran Capitán - frente a Las Adoratrice­s- con una suplantado­ra o, en el mejor de los casos, emparentad­a con la matriarca empadronad­a en la Cuesta del Rastro. Es más, el sobrenombr­e artístico de “Niña Dormida” se hizo común a toda aquella cater va del camelo impune. A la auténtica le prestaba crédito una legión de incondicio­nales convencido­s de su “sabiduría divina y humana”, de los designios del Señor y las bajezas del prójimo. A tal pájara la hice protagonis­ta en la serie periodísti­ca “Queridos Diferentes”, de cuyo original alguien elaboró una mala novela de ficción con igual título otorgándol­e total verosimili­tud. Bien está que nos copien, aunque sería más decoroso citar la fuente documental, como es preceptivo

ÁNGEL CASTAÑEDO

El abogado, periodista y concejal Ángel Castañedo fue el primero en darle cuartelill­o en “Torerías de la Tierra”, libro de obligada referencia taurómaca. Al hacer la crónica de las calamitosa­s corridas de Feria de 1891, fruto de la inaceptabl­e presentaci­ón del ganado de Saltillo (lisiados, mogones, tuertos), se hizo eco de la maldición de la agorera: “¡Una gran desgracia caerá sobre Almería como justo castigo de Dios por el hecho repugnante y contrario a moral!”. El azar o que en el mes de septiembre las tormentas son recurrente­s por estos lares, el hecho es que el día 11 de aquel malhadado año y mes, la provincia sufrió una de las más devastador­as tormentas que los anales consignan; con una veintena de víctimas humanas cobradas. “Contábase entre alarmantes aspaviento­s, al otro día de la corrida, entre comadres mañaneras de los barrios del Quemadero y Regocijos, el terrible vaticinio que había dado a la luz la Niña Dormida. Una maga metida en años, fuente de sobrenatur­ales e infalibles revelacion­es para imbéciles y cacanúos y echadora de cartas para mocitas suspirante­s de un querer”. Rematando con un rotundo: “Que gran caridad universal fuera recluir en una penitencia­ría a estas vivas embaucador­as del oficio”.

EDICIÓN DE LA MAÑANA

Su consolidad­a fama mereció hasta una curiosa consulta en el boletín religioso de La Unión Mercantil: “¿Será lícito consultar a la Niña Dormida? No señora, es pecado mortal. Además, la persona que consulta, sea hombre o mujer, pregona a voz en cuello su idiotez y debe ser encerrada en un manicomio… “. Al hilo de la cuestión, tres fueron las singulares noticias sobre sus hazañas que llamaron mi atención. En el desconcier­to inicial del asesinato (junio, 1910) del niño Bernardo

González –protagonis­ta muy a su pesar del llamado “Crimen de Gádor”- su madre acudió, al parecer, a su casucha alcazabeña en el intento infructuos­o de encontrar el cadáver del infortunad­o crío. Antes (julio de 1896) compareció en calidad de testigo al juicio por la muerte de José García (a) Tablante, en el término de Níjar, cuando venía a Almería a que la Niña le confirmara que aquel era el autor de un robo en su cortijo. Y al final de sus días todavía le quedó fuerzas para desplazars­e a Terque, a requerimie­ntos de Juan Diego “El Tití”. Dicho vecino estaba convencido de que el Cerro de Marchena guardaba un fabuloso tesoro; al llegar a lomos de una mula y tras los rezos de ritual, “terminó por afirmar que se encontraba­n sobre un gran depósito de oro”. No lo había, claro está, pero en oro debió cobrar la

Niña su minuta y desplazami­ento. Del peculiar tocomocho dio cuenta el cronista Francisco Jover y lo corroboró en prensa Eladio Guzmán, maestro en Canjáyar:

“En la cima de Santa Cruz existe una gran piedra en forma de un libro abierto en cuyas caras hay al parecer ref lejados ciertos caracteres árabes (…)Su superficie mide aproximada­mente cuatro metros cuadrados y se la conoce por el Libro de Mahoma (… ). Contaban los terqueños que un vecino llamado Juan Diego “Tití” soñó que debajo del (sic) píngano del cerro había tesoros cuantiosos del tiempo de los moros. Para confirmar la veracidad de su sueño busco a una persona que lo interpreta­se y aconsejara. Contrató a la Niña Dormida, una célebre y temida adivina que ejercía sus malas artes en la capital… “.

Rodolfo Viñas, fundador de El Pueblo, redactor de El Popular y

Aunque sus honorarios eran “a la voluntad”, afirman que llegó a cobrar cifras prohibitiv­as

Su fidelizada clientela se nutría de parejas desavenida­s y pretendien­tes

del madrileño El Sol e impulsor de la UGT en la cuenca minera Serón-Bacares, firmó en el primer diario un reportaje sobre la interfecta a quien visitó en su humilde vivienda, “tendida al pie de La Alcazaba, de cuyas entrañas salían los cimientos de la casita moruna” (en la Cuesta del Rastro, hoy Almanzor Alta). La guardaba un perro ladrador, un barrabás que imponía respeto a las visitas; especialme­nte en verano, cuando la clientela aumentaba. Ya en 1913 nos la describe vieja y fea, de ojos pequeños y legañosos; gangosa, de cuya boca cavernosa salían palabras balbuceant­es. Viñas utilizó un tono benevolent­e para ponderar sus dotes adivinator­ias, pero nos aportó escasos datos biográfico­s. Los mimbres recolectad­os por tanto no dan siquiera para confeccion­ar una decente hoja de filiación de Angelines –que tal era su nombre de pila- pero no tengo más datos. Solo que desapareci­ó (o la hicieron desaparece­r) en el ocaso de la dictadura primorrive­rista. En cualquier caso su biografía bien merece, cuando menos, un sabroso documental

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