Diario de Almeria

Siempre presente

- VICTORIANO MONTOYA VILLEGAS

CUANDO leemos los relatos evangélico­s, podemos ver claramente que los discípulos afrontaron la pasión y muerte de Jesús con cobardía, pero, sobre todo, con tristeza. Esta actitud no está motivada solo por el hecho de la muerte de un amigo, sino, también, porque en la crucifixió­n de Jesús vieron morir sus ilusiones y esperanzas. Experiment­aron las f luctuacion­es que son tan propias de cualquier existencia humana. Sin embargo, la intervenci­ón de Dios, por la resurrecci­ón de Jesucristo, cambió definitiva­mente sus vidas.

Durante cuarenta días, después de la resurrecci­ón, Jesús Resucitado volvió a compartir la vida con sus discípulos. Sin embargo, transcurri­do este breve periodo, Jesús Resucitado ascendió al cielo. En esta ocasión, la separación de Jesús no causó tristeza a sus discípulos, como ocurrió en la crucifixió­n, sino que fue para ellos el pitido de salida para su nueva actualidad. ¿Qué es lo que cambió en los discípulos para que en el momento de esta separación de Jesús no causase la misma tristeza que la experiment­ada con la cruz? La respuesta es doble: la experienci­a vital clara de que Jesucristo está vivo para siempre, por un lado. Por el otro, la certeza de que la ascensión de Jesús no significa lejanía ni distancia entre el Señor y sus discípulos.

El Verbo eterno de Dios, se hizo hombre para hablar a la humanidad desde la misma humanidad. Compartió nuestra condición humana para pensar, sentir, vivir y sufrir como cualquiera de nosotros. Desde ese momento, nada de lo humano es extraño para Dios. Sin embargo, la restricció­n propia de la corporeida­d constriñe la actividad de Dios a un tiempo y un espacio limitado. Con su ascensión a los cielos después de la resurrecci­ón, Jesucristo queda liberado de esa limitación y puede hacerse compañero y coetáneo de toda persona que viene a este mundo. Se produce así una maravillos­a paradoja: cuando Jesús no está físicament­e presente es cuando más cerca está de cada uno de nosotros.

La ascensión es, por tanto, el comienzo del nuevo caminar de los discípulos de Jesús, los de entonces y los de ahora. Este es un caminar en el que se unen lo humano y lo divino, lo caduco y lo eterno, la humanidad y la gracia de Dios. Pero, ante todo, es el momento que nos permite a todos los cristianos sentirnos y vivir como auténticos compañeros de Jesús, como los discípulos y comprender que ningún mal puede arrebatarn­os de la mano de Dios y que también hemos recibido la misión de pregonar el evangelio allí donde nos encontremo­s.

Durante 40 días Jesús Resucitado volvió a compartir la vida con sus discípulos

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Responsabl­e Archivo Diocesano

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