Diario de Almeria

DAR SENTIDO A LA ENFERMEDAD (II)

- JESÚS GARCÍA AIZ

YA en el Nuevo Testamento, el cristiano cree que la figura y el valor del ser humano le han sido revelados definitiva­mente en la palabra y la persona de Jesús, el Cristo de Dios. Él no es solo un maestro y modelo de conducta. Es el ideal mismo de los valores éticos y prototipo del obrar humano responsabl­e.

Jesús de Nazaret ofrece un ejemplo admirable en su cercanía misericord­iosa a todos los enfermos. Los evangelios nos recuerdan con frecuencia que sanó a todos los enfermos con los que se encontraba. Es más, este ministerio de sanación, que lo distingue como el Mesías de Dios, forma parte del mandato de Jesús a sus discípulos, pues Jesús los envía a predicar y a sanar a los enfermos.

La curación de un ciego de nacimiento es una espléndida catequesis sobre la fe. En ese contexto los discípulos plantean de nuevo la pregunta tradiciona­l sobre la relación entre el mal físico y el mal moral. Jesús responde afirmando que la enfermedad del ciego de nacimiento no puede ser vinculada a un pecado personal. Además, en el mismo evangelio, se recoge el mensaje que Marta y María envían a Jesús para hacerle saber de la enfermedad de Lázaro, al que quiere como a un hermano. El relato muestra la amistad de Jesús y, sobre todo, lo presenta como Señor de la vida.

Y ya desde el principio, la comunidad cristiana hace suyo el deber moral de atender a los enfermos. El sentido de la fraternida­d se manifiesta en la compasión. Pero antes que mensaje moral, los relatos de curaciones de enfermos revelan la fuerza de Dios que acompaña a los discípulos de Jesús. En ellos se repiten las escenas de la vida de Jesús. Al paso de los apóstoles, las gentes sacan a la calle a sus enfermos, que quedan curados. Así, siguiendo el paradigma del buen samaritano, el cristiano ha de saber descubrir el dolor, compadecer­se del que sufre y prestarle una ayuda eficaz.

Dios no es el origen del mal ni el autor del sufrimient­o. La respuesta definitiva al problema del mal la tenemos en la pasión, muerte y resurrecci­ón de Jesucristo. En la cruz se carga todo el mal del mundo para destruirlo, aunque continúe presente en la historia humana debido a la fragilidad de nuestra naturaleza. Dios nos ha creado para la vida, para el amor, para la felicidad, y por eso Jesús asume nuestra propia pasión.

En este tiempo hemos de reavivar la esperanza, como nos recordaba el Papa Francisco en una de sus catequesis (26/8/2020) sobre la pandemia: «Ante la pandemia y sus consecuenc­ias sociales, muchos corren el riesgo de perder la esperanza. En este tiempo de incertidum­bre y de angustia, invito a todos a acoger el don de la esperanza que viene de Cristo. Él nos ayuda a navegar en las aguas turbulenta­s de la enfermedad, de la muerte y de la injusticia, que no tienen la última palabra sobre nuestro destino final».

La comunidad cristiana hace suyo el deber moral de atender a los enfermos

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