LA TRIBUNA
TERMINÓ el estado de alarma tras seis meses de excepcionalidad y recorte de libertades y parece que aquel virus que habíamos derrotado en julio de 2020, Pedro Sánchez dixit, sigue muy vivo y mutando. En este año y medio de pandemia hemos debido soportar una tensión permanente en los escenarios más insospechados, singularmente en la política protagonizada por el Gobierno de España que han llevado a la confusión y contradicciones entre los llamados expertos que finalmente ni eran tales expertos y ni siquiera existieron. Era previsible el cansancio de una sociedad atrapada entre el miedo a lo desconocido cuyas cifras de contagiados y fallecidos fueron aterradoras y el espectáculo deprimente de quienes habrían de haber asumido el liderazgo en esta lucha decisiva para el presente y el futuro de los españoles.
A elementales urgencias amparadas en la salud pública se antepusieron objetivos de índole política encubiertos de mentiras, ocultaciones, errores y excesos que perfilaron una situación apocalíptica a la que el pobre Simón trataba de restar importancia con cara de infinita tristeza. Y el tal Salvador Illa que simulaba ser Ministro de Sanidad exhibiendo una ignorancia temeraria en un tono como si de un pésame solemne se tratara. La ausencia de cercanía y compromiso del Presidente del Gobierno tiene explicación posible en el temor a que las cifras crecientes de las víctimas mortales del