“Hay que aprender a decir ‘no puedo con esto’ y ‘es demasiado”
–¿Qué es la felicidad?
–La felicidad es un estado emocional básico del ser humano, pero se ve obstaculizado porque no llegamos a expandir nuestro yo, no somos nosotros mismos. La sociedad se encarga de darnos una imagen de lo que tenemos que ser; por eso no alcanzamos la felicidad. Si fuéramos nosotros mismos sería más sencillo disfrutar de momentos placenteros, que no tienen qué ser extraordinarios. Hemos perdido esa dimensión de que la felicidad está en los pequeños placeres de la vida y en el día a día. –¿Cómo influyen las redes sociales?
–Influyen de forma negativa
Hemos perdido esa dimensión de que la felicidad está en los pequeños placeres de la vida”
porque nos venden una imagen de felicidad que no es real y afecta a nuestra autoestima. Cada uno tiene su propio nivel de felicidad, igual que de tristeza, de enfado... –Muchas veces culpamos de nuestra falta de felicidad a factores externos. –Siempre, porque asumir la responsabilidad de cada uno significaría que estamos en un yo adulto y responsable. La mayor parte de las veces nos ponemos en un papel infantil y culpamos de nuestros males a todo el mundo menos a nosotros mismos. Tenemos que ser responsables y buscar un pensamiento crítico, que para mí es la clave para desarrollar una buena autoestima y dar cabida a esa felicidad. –¿Estamos menos preparados para tolerar la frustración?
–Sí, sobre todo porque socialmente nos exigen un nivel muy alto de ejecución. La sociedad de hoy te exige la inmediatez, hacerlo todo aquí, ahora y perfecto. Obviamente, somos seres imperfectos, nos guste o no, y vamos a estar en una frustración continua. Esto puede derivar en trastornos depresivos, ansiedad, trastornos de adaptación... Por eso es tan importante saber dónde está nuestro límite.
–Uno de los obstáculos que menciona es la autoexigencia. ¿Cómo podemos aprender a rebajarla?
–Siendo flexibles, una palabra que parece que nos han quitado del diccionario mental. No flexibilizamos porque, en el fondo, tenemos miedo a quedarnos solos. Nos exigimos un nivel tan alto porque tenemos miedo a no llegar, a no ser aceptados, a que nos dejen solos... Y es una gran mentira. Siempre va a haber alguien que esté en nuestra vida. Nos encerramos y nos apegamos a nuestro círculo con esa autoexigencia y no somos capaces de flexibilizar y ver que hay un más allá cuando nos relajamos, si no accedemos a las demandas, y no pasa nada. Tenemos que aprender a decir “yo con esto no puedo” o “es demasiado”.
–Habla de madres y amistades tóxicas. ¿Cómo reconocerlos?
–Una madre tóxica es una madre narcisista. Reconocer a una madre narcisista es complicado porque duele. Ésta juega con el vínculo del nacimiento, con el lazo emocional, y genera mucho sentimiento de culpa. Las amistades siguen el mismo patrón: te demandan y exigen demasiado, no puedes decir no... Estos vínculos merman nuestra capacidad de decisión. Obviamente, hay que tener en cuenta un patrón éticomoral: no hace falta pasar de todo el mundo, si no seríamos unos ermitaños, pero es básico poder transmitir nuestras necesidades . –¿Qué es el efecto Pigmalión?
–Hoy conocemos el efecto Pigmalión de una manera genérica pero realmente son dos: el efecto Pigmalión y el efecto Golem. El Pigmalión, que es muy bueno, es cuando infundamos confianza en otra persona: aumenta tus cualidades y competencias porque los demás creen en ti. El Golem es todo lo contrario: cuando te dicen que no vas a servir para nada, que serás un fracasado... Tú te lo
crees y es lo que se llama la profecía autocumplida. –¿Cómo se gestiona la envidia?
–Reconociéndola, algo muy difícil. Todo el mundo siempre tiene un poquito de envidia. El problema viene cuando nuestra felicidad se basa en que al otro le vaya mal. Es la envidia maliciosa y es peligrosa porque nos hace perder la visión y la objetividad de uno mismo. Cuando sin
tamos esa punzada física hay que reconocerla y centrarse en los objetivos propios. –Victimismo, ¿cómo no caer en él?
–No caer en el mundo drama es complicado porque quien no llora no mama. El victimismo te refuerza positivamente. ¿Cómo no caer en el victimismo? Intentando saber que no es un recurso honesto: la otra persona no es libre, nos hace caso por pena. Por otro lado, hay que buscar reforzadores positivos en nuestro entorno o reinventarlos, porque estar todo el día quejándonos sólo nos lleva a tener una visión negativa del mundo cuando realmente hay cosas bonitas en nuestro micromundo que estamos dejando pasar.
–¿Un consejo para superar una ruptura?
–Lo primero es entender cómo funciona nuestro cerebro. Cuando nos enamoramos, hay un cóctel hormonal que nos hace sentir que morimos de amor. Cuando rompemos, el cerebro genera el mismo cóctel, por eso cuesta. Esto es producto cerebral y se pasa, como una adicción. Por otro lado, hay que saber las etapas del duelo: hay que pasar por un momento de tristeza, el shock, la rabia, la depresión, entendida como un estado de ánimo más bajo, luego nos adaptamos y buscamos otra alternativa. Es un orden cronológico que, si podemos y somos capaces de hacer las fases, vamos a superar la ruptura en seis meses. Ahora, si me engancho a la primera fase no voy a avanzar en la vida. E importantísimo: si cortamos, cortamos. Lo ideal es darnos un tiempo, quitarlo de las redes sociales y, aunque suene muy bestia, bloquearlo del Whatsapp. Es mucho más sano. El tiempo todo lo cura: si dejamos que el proceso fluya y transitamos con la emoción, será mucho más fácil.
–¿La pandemia ha supuesto un impedimento en la búsqueda de la felicidad?
–No, porque es una emoción humana. Nos empeñamos en que la felicidad es una meta a alcanzar. La emoción está, de ti depende el reconocer que está ahí, porque igual es más fácil decir que todo es un horror a reconocer lo bueno de los pequeñas cosas. Tenemos que volver a esa sencillez de las emociones que nos pertenecen al ser humano.