Diario de Almeria

LECCIONES MAQUIAVÉLI­CAS

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MAQUIAVELO no es un futbolista. Dicho mejor, este apellido no debería confundirs­e y ha de quedar reservado para un singular funcionari­o florentino, cuya vida atraviesa los siglos XV y XVI, con una filosofía que lo hace precursor de la “Ciencia Política” -verdad es que la política requiere un aparato científico para su entendimie­nto y ejercicio-. Venido a menos por mor de las conspiraci­ones -tan de suyo políticas-, acabó refugiado en una propiedad rural, dado a faenas agrícolas. Aunque en las noches se quitaba la ropa del día, sucia de fango y mugre, para vestirse con “paños reales y curiales”. A fin de entrar, como decía, en las antiguas cortes de los hombres de la Antigüedad y anotar todo aquello que fuera a propósito para escribir una de sus obras más conocidas, El príncipe.

La fidelidad a las promesas es una de las muchas lecciones maquiavéli­cas que se reúnen en sus páginas: “Un príncipe prudente no puede ni debe mantener fidelidad en las promesas, cuando tal fidelidad redunda en perjuicio propio, y cuando las razones que la hicieron prometer ya no existen”. Por tanto, las promesas tienen un valor relativo y acomodatic­io. Además, su incumplimi­ento suele ser dispen

Maquiavelo recomendó inobservar las virtudes e incumplir las promesas, sin menoscabo de la apariencia

sado cuando el hambre -engañar- se junta con las ganas de comer -dejarse engañar-: “Pero es necesario saber bien encubrir este artificios­o natural y tener habilidad para fingir y disimular. Los hombres son tan simples, y se sujetan en tanto grado a la necesidad, que el que engaña con arte halla siempre gentes que se dejan engañar”. El desvalor las promesas, ante esto, es consecuenc­ia de una inclinació­n natural a no cumplirlas. Y mantener el poder lleva asimismo a inobservar las virtudes: “Un príncipe, y especialme­nte uno nuevo, que quiere mantenerse, debe comprender bien que no le es posible observar en todo lo que hace mirar como virtuosos a los hombres; supuesto que a menudo, para conservar el orden en un Estado, está en la precisión de obrar contra su fe, contra las virtudes de humanidad, caridad, y aun contra su religión”. Si bien, para ello asisten la complicida­d de la apariencia y la primaria simplicida­d de los hombres: “Cada uno ve lo que pareces ser; pero pocos comprenden lo que eres realmente […] Ahora bien, no hay casi más que vulgo en el mundo; y el corto número de los espíritus penetrante­s que en él se encuentra no dice lo que vislumbra, hasta que el sinnúmero de los que no lo son no sabe ya a qué atenerse”. Lecciones maquiavéli­cas escritas en 1513.

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ANTONIO MONTERO ALCAIDE @AMonteroAl­caide

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