Diario de Almeria

JOSÉ ANTONIO SANTANO, POETA

- MANUEL PEÑALVER Catedrátic­o de Lengua Española de la Universida­d de Almería

COMIENZO este artículo haciéndome una pregunta, no sé si retórica, o no, no sé si pragmático-comunicati­va, o no. Pero lo cierto es que no es una disquisici­ón cualquiera, ni un silogismo menor, ni una hermenéuti­ca improvisad­a. ¿Tienen todas las preguntas respuestas? Si es una afirmación la que surge, puedo ref lejar ya en la escritura el enunciado sintáctico, semántico y literario de las mismas: ¿quién es José Antonio Santano?: ¿un escritor? ¿Un poeta? ¿Un amigo de Alfonso Berlanga, que recorre el paseo de Almería con un manuscrito, en una mano y una antología, en la otra, con la mirada perdida en la bahía, donde los endecasíla­bos son el silencio de las olas y los heptasílab­os, la mar en calma cuando el alba es sol y luna, como si el día fuese una antorcha helénica, que Homero recrea en sus hexámetros de prodigio? Tal vez, sea el perfil de este poeta (ya lo he definido: poeta, antes que escritor y filólogo), cordobés de Baena; allí, donde el Cancionero es poesía y el olivo, oro y sueño machadiano; infinitud y verde, que te quiero verde; el color de la esperanza en la serena mañana de la tarde.

Mas sigamos deletreand­o preguntas en esos momentos en los que el atardecer habla con los versos y la lírica de Santano se reencuentr­a con Ricardo Molina, Pablo García Baena, Vicente Núñez, Mario López y Juan Ramón; con Salinas y Guillén; con Alberti y José Hierro- ¿Ha querido Santano ser Borges sin pretenderl­o o César Vallejo, reflexiona­ndo en el reloj de las horas, mientras el tiempo se hace Proust, Kant y Hegel, para descifrar el laberinto del observador, que invoca y acude para desvelar el misterio de los poemas de Rilke, cuando la prosa es ya la fugaz literatura? Este cordobés de piano y saxo, de lira y verso libre no sé si sabe que Petrarca y Garcilaso están en su obra como huella de la tradición que busca su lugar hasta provocar la fuga de lo instantáne­o para peguntar qué dónde están las sílabas del olvido que no se pueden olvidar; ni siquiera cuando la madrugada es París o Tetuán en la soledad en la cual las palabras se comunican unas con otras en las pinturas de Rubens o Velázquez, Rembrandt o Tiziano. ¿Sabrá alguien, aparte de Alfonso Berlanga, definir la metalingüí­stica de esta poesía íntima y dilecta?

Santano ha leído y ha escrito sabiendo lo que es primero. Nadie puede escribir un libro de poemas sin volver a soñar lo ya soñado, sin haber trazado los recuerdos con el ahora de un hoy distinto; del mundo que enamora por sus lugares homéricos en los instantes en los que la vida mira hacia sí misma en busca de su plenitud de metáforas y espejos. La poesía de Santano no es Byron; mas se asemeja a Aleixandre y a Otero, mientras las anáforas siguen su camino en el tiempo irreversib­le en la que la palabra declara su triunfo. Pero nadie había versificad­o el silencio como la ilustre pluma de Baena y de Córdoba: con esa desnudez, con ese grito de espuma y sintagmas en la sintaxis de

los segundos que abandonan las rimas para sentirse seguros en los versos de un hombre que siente lo mismo que Shakespear­e y Keats; Neruda o Benedetti. Mientras los años se vuelven y se los lleva el tiempo a su punto original: aquel blanco silencio/ viva fe por la vida. Lo supimos, entonces, leyéndolo entre una verdad y otra: Quevedo y Góngora, acaso entre las páginas de un epítome, que tal vez hallaremos entre las pausas de los siglos, los cuales rememoramo­s.

Los poemarios de Santano no pretenden averiguar el sí o el no; antes bien, buscan que el sol brille en la noche con el fin de que el día siga sucediéndo­se a sí mismo como la única respuesta posible a todas las interrogac­iones que permanecen intactas en la filosofía del pensamient­o, que permanece en el susurro de una madrugada cualquiera. Aquí o allí. En Venecia o en Niza. Mas con esta luz única: que se oye y se escucha, mientras José Antonio Santano ilumina el cielo de la Chanca.

Los poemarios de Santano no pretenden averiguar el sí o el no; antes bien, buscan que el sol brille en la noche con el fin de que el día siga sucediéndo­se a sí mismo

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