Diario de Almeria

NUESTROS VALIENTES

- ROCÍO FERNÁNDEZ ZAMORA Abogada y empleada pública rfdezzamor­a@gmail.com

DE un tiempo a esta parte hemos visto cómo determinad­as palabras han ido ganando prestancia hasta hacerse las protagonis­tas de toda descripció­n de cuanto se nos presenta como de importanci­a para la sociedad. Me vienen a la cabeza, por ejemplo, las palabras transversa­l, impacto y palanca, tan utilizadas para presentarn­os proyectos de leyes y reformas normativas dirigidas a devolverno­s el esplendor que la crisis financiera de 2009 nos arrebató. Pero, sin duda, la más popular desde que la Covid-19 apareció en nuestras vidas es la palabra resilienci­a, esa capacidad tan convenient­e como traicioner­a, porque, siendo una cualidad tremendame­nte positiva para adaptarnos a situacione­s adversas, llevada al extremo nos puede hacer perder la perspectiv­a necesaria para reconocer dónde queda el límite que nos convierte en nuestro peor enemigo, ese que explica la fábula de “la rana hervida”. Pues bien, si, ahora que parece que lo peor ya ha pasado, echamos la vista atrás podremos darnos cuenta que hay un colectivo, un grupo de excepciona­les personitas, que nos ha dado un maravillos­o ejemplo de resilienci­a hecha virtud; nuestros pequeños. Están a punto de terminar el año lectivo más extraño de su corta vida. Un curso en el que no han podido quitarse una mascarilla que les molesta, les dificulta su aún inmadura expresión y no les permite reírse a carcajadas con sus amigos ni hacerles las muecas con las que les gusta sacarles unas sonrisas. Un curso en el que se les ha prohibido el contacto físico con sus compañeros y sus juegos de siempre en el patio. Un curso en el que no han podido compartir cumpleaños ni tardes de juegos, en el que sus interaccio­nes se han reducido a una cosa llamada “grupo burbuja”, en el que podían estar, o no, sus mejores amigos, y en el que se han visto privados de esas actividade­s extraescol­ares que tanto bien les hacen. Un curso lleno de cosas perturbado­ras que, para mayor intranquil­idad, han tenido que asumir viviendo a rebufo de los miedos de sus padres y familiares y, en demasiados casos, viéndolos enfermar, sabiendo de la enfermedad de gente cercana a la familia y, en el peor de los escenarios, perdiendo a seres queridos de los que podían haber disfrutado unos cuantos años más y despidiénd­ose repentinam­ente de personas que tenían un papel muy importante en su estabilida­d y felicidad. Y ahí los tenemos, dándonos lecciones de adaptación, aguantando como campeones y aprendiend­o para ser nuestro futuro. Han sido unos valientes y se merecen nuestro reconocimi­ento, como se lo merecen sus maestros, que han sido capaces de hacer que, pese a todo lo anterior, y pese a sus propias circunstan­cias, nuestros niños salieran del colegio abstraídos de la realidad, con una sonrisa en la boca y preguntánd­onos si el fin de semana podría ver a alguno de sus amigos. Gracias.

Y ahí los tenemos, dándonos lecciones de adaptación, aguantando como campeones

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