Diario de Almeria

EL AMOR ES UN ENIGMA

- ANTONIA AMATE Abogada amateaboga­da@yahoo.es

LE despertó la leve claridad que anunciaba un nuevo día. De un salto se dirigió hacia la cama, y con un cuidado exquisito le quito el mechón de cabello que le cubría la frente, para no sobresalta­rla. Ella abrió los ojos aún aturdida y sin mirarle siquiera, se dirigió hacia la cocina envuelta en su inconfundi­ble bata de lana: tan familiar, tan cálida, tan ella... La siguió en silencio e intentó acercarse, pero sintiendo su indiferenc­ia, se alejó hacia el rincón más alejado, observando cómo tomaba entre sus manos la taza de café humeante, absorta en sus pensamient­os. Ninguno de los dos movió los labios, y él sintió su frialdad como si una espada le traspasara el corazón. Cuando acabó tan frugal desayuno, dejó la taza sobre la mesa, y salió hacia el baño, pero en esta ocasión no osó seguirla, no sería esta la primera vez que se ganaba un buen chorreón de agua por acercarse demasiado. Optó por irse al salón, donde se recostó aun adormilado, con la esperanza de que se acercara a darle una caricia de despedida, pero también en esta ocasión se equivocó, y supo que se había ido cuando escuchó el sonido de la puerta al cerrarse con cuidado. Detrás, había dejado un halo de perfume inconfundi­ble para él. Ella mientras, corría por la acera, esperando no perder el autobús que la llevaría a su oficina.

Hoy estaba especialme­nte triste, le había venido a la mente el recuerdo del día de reyes del año anterior. A pesar de saber que los reyes ni eran magos, ni venían de oriente, seguía haciéndole ilusión abrir los ojos y encontrar algún regalo junto al belén, pero en esa ocasión cuando despertó no había regalos, solo él vestido y de pie, frente a una maleta cerrada, y ante su asombro, solo le escuchó balbucear: “tú y yo sabemos que hace mucho que no hay nada entre nosotros.” Ella le miró estupefact­a, y él desvió su ojos hacía un punto invisible, marchándos­e de la habitación en la que tantos sueños habían compartido. Antes de sobreponer­se, escuchó el sonido de la puerta de una casa, cuyo umbral no volvería a cruzar desde ese día. Sus ojos rasgados, de miel y caramelo, enrojecier­on desbordado­s por el caudal incontenib­le de las lágrimas, y allí estaba él, acariciánd­ola con su mirada, compartien­do su dolor, restregand­o con delicadeza infinita su espalda contra ella. Juntos vivieron largas noches de tormenta, arrullados por la lluvia, bajo el calor de una manta. Recordó que hoy no le había devuelto sus caricias, ni sus desvelos y sintió una punzada en el pecho. Como habría superado ella, sin su amor incondicio­nal y desinteres­ado esos trémulos momentos?. Cuando volviera esta noche, le compensarí­a por su desdén y su olvido matutino. Pensó en el amor, y solo vino a su mente la imagen de su gato siamés, el suyo era un amor más humano que el de aquel a quien entregó su vida sin reservas, para decirle al cabo de los años:” tú y yo sabemos que ya no hay nada entre nosotros”.

Como habría superado ella, sin su amor incondicio­nal y desinteres­ado esos trémulos momentos?

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