EL JARDÍN DE LAS DELICIAS
ABRIÓ los ojos y lo primero que hizo fue salir a la terraza. Era una espléndida mañana de primavera, el sol acariciaba su rostro y el aire suave, como una delicada pluma, rozaba su piel sin apenas dejar más huella que un dulce perfume de jazmín. El paisaje se abría ante sus ojos como una acuarela. Le estremeció un leve escalofrío, el fresco de la mañana le hizo entrar de nuevo en la casa para buscar abrigo. Encontró aquella toquilla azul que tanto le gustaba. Siempre que se la ponía sobre sus hombros, imaginaba las manos expertas y temblorosas de su abuela, tejiéndola al calor de un brasero, cuando ella aún no había sido ni tan siquiera imaginada. Arrebujada en el sillón de mimbre y protegida de la brisa matutina, dulce y perfumada, posó su mirada en el cuadro que presidía la pared de la biblioteca. Aquella pintura le parecía atemporal, era una mirada descarnada del mundo y de la historia, que se repetía una y mil veces, por los siglos de los siglos. Por más que la mirara, nunca dejaba de descubrir nuevos significados, siempre era la misma y otra, tan alegórica, tan cargada de simbolismo, tan actual como si acabase de salir de las manos de un autor contemporáneo. Podía sentir la pulsión en las manos expertas del artista, sacando los primeros trazos de la
que sería una de las obras más bellas del renacimiento, sobre un lienzo virginalmente níveo. En un principio fue el edén, la creación de un mundo calmo y bello, la desnudez humana en estado puro, su contemplación le transmitía un soplo vital, que llegaba a asemejarse a aquella tranquila mañana primaveral. La pintura central, caótica, abigarrada, como salida de un sueño denso y agitado, la intranquilizaba, pero estaba tan cargada de maestría y belleza, que no podía apartar sus ojos de ella. La tranquila desnudez humana del Edén se había convertido en un mundo convulso, en
el que se mezclaban todos los objetos de la creación sin orden ni concierto. Maravilloso y estremecedor espejo de la vida cotidiana, que devolvía la imagen distorsionada de aquel jardín, reflejado en la primera parte de la obra pictórica que la hipnotizaba. Finalmente, la mano del artista remató su obra de la única forma posible, según las creencias de la época fundidas con las suyas propias. Aquella imagen idílica y luminosa de la creación, a la que sucedió la de una humanidad enloquecida, mezclándose aleatoriamente con colosales frutos y animales fantásticos, que solo podían existir en la imaginación, le sucedió, como colofón, un final estremecedor, oscuro y sanguinario. Como la vida misma!-pensó ella. El Jardín de las Delicias, no había dejado de asombrarla nunca, por más que lo mirase siempre descubría un cuadro nuevo y distinto. Imaginó a El Bosco ante el lienzo virgen, sintiendo quizá la misma brisa dulce sobre su rostro y volvió estremecerse.
Imaginó a El Bosco ante el lienzo virgen, sintiendo quizá la misma brisa dulce sobre su rostro y volvió estremecerse