MIGAS DE PAN
CON “h” de hospital de mami. El rosco de Pasapalabra se detuvo en esa letra. No sé si me quedé yo más muda que el propio fonema al escuchar de una pitufa de apenas tres años esa contundencia a mi aseveración propia de “esa letra es muy difícil”. Siempre he intuido que eras especial, diferente, con un halo angelical solo propio de una favorita de Dios. Después de dos meses postrada en la cama de un sanatorio, rodeada de cables e ingiriendo alimento por una máquina inmunda con un ruido ensordecedor cada vez que se obstruía, en la lucha diaria de la supervivencia, me aferraba al de Arriba para que me permitiera, al menos un poco más, disfrutar de tu
compañía. Fuimos afortunadas. Con tu uniforme de Montessori y las coletas perfectamente peinadas por nuestra adorada Rosario te observaba perpleja. Merecía la pena seguir mordiéndome las uñas al recordar cómo aquella noche de mediados de abril se afilaron para rasgar el terciopelo beis del sofá. Tengo el índice del dolor muy alto y lograba soportar estoicamente cuando el cuerpo se abría en canal y se dividían en dos mis extremidades inferiores a una velocidad cada vez más vertiginosa.
Esperé a que sonara su despertador, hasta en eso lo cuidaba. Dos horas después la vida dio un giro de 180 grados. No alcanzabas los tres kilos y tus aspavientos con las manos ya apuntaban maneras. No serías íntima de la comida, tampoco del sueño. Genes muy pronunciados de tu madre. Una mini Silvia, se apresuran a decir cuando te ven, pero con los valores que tanto tu padre como yo procuramos inculcarte cada día. Persigue lo que desees, siendo siempre buena persona. Ama. Ama perpetuamente de forma incondicional. Es más importante amar que ser amado, porque sólo de esta manera enseñarás a los demás a amarse asimismos. Que la envidia no te roce. Vístete de sutil indiferencia,
recuerda que el rencor nunca estará hecho para cubrir tu cuerpo. Carla. De todas las quinielas onomásticas en ninguna entraba tu nombre, pero no podías llamarte de otra forma. Mujer fuerte significa. Dura como el mármol de Macael, inmaculada y pura como el oro blanco que nace en la risca de los Filabres. Así eres tú. Hija mía, si la vida te lleva a tener el estómago hambriento, la cartera vacía y el corazón roto, sigue estando satisfecha porque únicamente es realmente perfecto aquello que se recupera después de ser reparado. Cuando no sepas que ponerte, ponte feliz, sal y cómete el mundo antes que la vida te intente consumir.
Hoy, mi reina, cuando soples tus ocho velas, no te entristezcas al no ver cumplido el anhelo con el que cierras los ojos al dormir mientras me pides que te cante “migas de pan”. Sigue estrechándome tu mano, ya casi pareja a las mía, la misma de muñeca que agarré desde tu llegada y seguiré sujetando mientras me permitas andar en paralelo tu camino. Continúa dándonos la lección magistral de madurez que los adultos a veces postergamos y permíteme dar las gracias a papá por haber visto en mí la persona idónea para darte la vida.