Diario de Almeria

EL HÁBITO NO HACE AL MONJE

- SILVIA SEGURA FERNÁNDEZ Abogada. Experta en Derecho de Familia

MIENTO de manera sistemátic­a. Me pagan para ello. Necesito saber la verdad para generar una realidad paralela tan creativa que hay veces que ni el propio cliente, ni yo misma, puede concretar qué pasó exactament­e. Me desdoblo con la toga. Esa túnica obsoleta, arcaica, que hace al mindundi crecerse y creerse con ese disfraz capaz de vender humo. En tiempos de covid, dispensado­s de la misma, los buenos campaban a sus anchas. Esos no necesitan puñetas ni bordados, esos estudian, esos trabajan. Me encanta tener de contrarios a quiénes saben más que yo. Mi padre, listo sin escuela, siempre me ha dicho: hija, gente que sepa más que tú, que de un tonto nada se aprende. Si encima el tonto se cree que sabe, ese día, suelo salir a correr. Hago unos cincuenta minutos alrededor del golf. En Paterna no hay tráfico. No hay ruido. Suficiente con el run run de mi cabeza. Hacía calor. Ya metidos en abril, pasadas las doce se queman calorías, pero es que el tonto, fémina en este caso, llamó sobre las diez y media. No podía controlar la hora de salida. Era sudar o montar en cólera. Más sano lo primero. Mi madre también lo piensa cuando me escucha de fondo abriendo armarios, silenciars­e los tacones, dejando la blazer en el gabanero, y cerrar la puerta con un simple “salgo a correr”. Según el grado de excitación me da tiempo a ponerme los cascos o me sobra hasta la música. Depende de la categoría de tonto. Ésta era de las de máster. Silvia… después de pronunciar mi nombre así no podía esperarse nada positivo. Realmente aquel día terminé exhausta, una denuncia por violencia de género con el mero propósito de suspender una vista civil de custodia me parece ruin, por ser edulcorada. Flaco favor nos hace a las mujeres. Mucho más delito tiene la compañera que, de designació­n particular, da cobertura a tal patraña. De oficio hasta empatizo. No le queda otra. Pagada me resulta miserable. Después de horas de declaracio­nes no se autorizó la orden de protección. Al ver su nombre en la pantalla creí, durante el alarido del tono, que buscaba el acuerdo. En ese momento me puse a su altura de inteligenc­ia: a la del suelo, a ras. Nada más descolgar, escuchar su voz rechinante, me devolvió a la realidad, esa misma que ni yo misma logro discernir en ocasiones, pero que ese miércoles vi transparen­te y cristalina sin tener que inventar ninguna puesta en escena.

Con R de Reina.

Al ver su nombre en la pantalla creí, durante el alarido del tono, que buscaba el acuerdo

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