Diario de Almeria

Caminante... sí hay camino

- ▼ RAMÓN CARLOS RODRÍGUEZ GARCÍA Rector del Seminario

LA primera lectura describe un conflicto que se vivía en la primera comunidad cristiana de Jerusalén. Las viudas de origen griego eran relegadas en el reparto de los bienes. Lejos de disimular el problema o incluso negarlo, los apóstoles con la participac­ión de toda la comunidad buscarán la mejor solución. Tanto el servicio a la Palabra como la atención a los que viven dificultad­es, debe realizarse bajo el amparo del Espíritu y de su donación en los diferentes carismas, ministerio­s y servicios. Todos son importante­s. Cada uno ha de realizar la misión que le ha sido confiada. La experienci­a de la Pascua ha de transforma­r profundame­nte a los creyentes en su relación con Dios y con los demás, especialme­nte con los más necesitado­s.

La liturgia nos invita a reavivar nuestra experienci­a comunitari­a. Reconocemo­s en Cristo el verdadero y único camino, la verdad y la vida. Es tan grande la experienci­a del resucitado que la Iglesia precisa de cincuenta días y de cada domingo del año para poder saborear esta victoria que impregna de novedad la vida del creyente. Toda la comunidad es destinatar­ia de una Palabra que ante las inquietude­s de la vida y de la misión nos invita a la paz. Una llamada constante a profundiza­r en la fe creyendo en Dios y en Cristo. Frente a los agobios que pretenden mermar la alegría, surge el hogar compartido, anticipo de la futura y serena mansión donde el Padre y el Hijo son los mejores anfitrione­s.

Los deseos de comunión no quedan frustrados cuando escuchamos al Hijo ofreciéndo­nos su propia persona sin fisuras ni recovecos. Ante el riesgo de las diferentes

La liturgia nos invita a reavivar nuestra experienci­a comunitari­a. Reconocemo­s en Cristo el verdadero y único camino

sucursales del miedo que provocan parálisis, recibimos un alimento que genera audaces dinamismos en los corazones atrofiados. Se nos presenta una meta clara ante la confusión reinante: el Padre que revela el camino de su Hijo: “Quien me ve a mí, ve al Padre”. Todo esto es posible por la fe. El mundo puede entenderla como un espejismo, un eco reaccionar­io e indeseable de la sempiterna superstici­ón, un instrument­o para dominar y para relegarnos a la docilidad y a la mansedumbr­e insana. Lejos de estas designacio­nes, la Fe es un regalo de Dios que nos ayuda a mirar el mundo con los mismos ojos de Dios, con el alma.

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