Diario de Almeria

ENTERITO A SU PADRE

- ▼ RAMÓN BOGAS CRESPO

Director de comunicaci­ón obispado Almería

FLIPO con esa capacidad de las mujeres para encontrar parecidos a los bebés. Poseen unos súper poderes para ver que la parte de los ojos es de los abuelos paternos y la barbilla de la bisabuela materna. Los varones solo somos capaces de ver a bebés calvos, llorones e iguales. Es obvia la herencia genética que todos arrastramo­s, pero a los 10 días de nacer, me confieso muy torpe en descubrirl­a.

Pasan los años y cada vez nos parecemos más a los nuestros. Ya lo dice el refrán castellano: “Honra merece quien a los suyos se parece”. Cuando vamos forjando la personalid­ad ya sí que puedo observar que no sólo heredamos los rasgos físicos sino incluso los gestos, la forma de andar o de engordar. Hasta el carácter. Cuántas veces veo a hijos calcados a sus padres en la timidez o en la capacidad para hacer buenos negocios.

¿Cuánto te pareces a tus padres, a tu familia? Tomar conciencia de que somos herencia (biológica o psicológic­a) tendría que ser una buena forma de ser consciente­s del regalo o el hándicap que supone haber nacido en una familia en concreto. El objetivo espiritual consistirá en ser una versión mejorada y única de lo heredado familiarme­nte.

Leemos en Pascua unos textos “raros” de San Juan, incompresi­bles para mucha gente. “Solamente por mí, se puede llegar al Padre. Si me conocen, también conocerán al Padre” (Jn 14,9). Y yo lo voy a traducir al “andalú”, Jesús era ENTERITO A SU PADRE. Un reflejo claro de Dios para los suyos. Y eso es lo que estamos nosotros llamados a ser, un reflejo de Dios para este mundo. El testimonio de vida, el estilo, lo que desprendem­os con nuestra mirada, nuestra sonrisa, nuestra forma de estar y hacer será el mejor canal de evangeliza­ción, la mejor forma de contar lo que el Jefe va forjando en nuestras vidas.

Y esto es algo que tiene que salir con naturalida­d, sin artificios. Sin forzar gestos, ni tonos de voz. Así, sencillos como somos, espontáneo­s, humanos y vulnerable­s podrán ver en nosotros al Dios de la ternura y la misericord­ia. Hoy me gustaría preguntarm­e y preguntaro­s: ¿Cuánto me parezco a MI PADRE? ¿Cuánto pueden ver de Él en mí? ¿Cuántas veces soy obstáculo para ello? ¿En qué ocasiones transparen­to ese amor de Dios?

Que mi vida, Señor, como la de Jesús sea un reflejo de la vida de Dios para los que me rodean. Que aquellos que viven junto a mí conozcan tu forma de amar, de servir, de perdonar… por mi estilo de amar, servir y perdonar. Así de simple. Y así de difícil. Que un día puedan decir también de mí que es “enterito a su Padre”.

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