Diario de Almeria

UNA CATEQUESIS APOCALÍPTI­CA

- ▼ ANDRÉS GARCÍA IBÁÑEZ Pintor museocasai­banez@gmail.com

EN la primera visita pastoral que Claudio Sanz y Torres, después de tomar posesión en 1761 como obispo de la diócesis, realizó al pueblo de Albox, los párrocos de la villa le llevaron al Saliente y le manifestar­on la necesidad de ampliar la ermita de la Virgen, pues había quedado muy pequeña en relación al número de devotos, cada vez mayor, que hasta allí subían para hacer sus plegarias a la imagen. El obispo pudo contemplar la desnuda y violenta austeridad del paisaje y la belleza singular de la Virgen, percibiend­o al instante su iconografí­a, que transcribe literalmen­te el capítulo doce del Apocalipsi­s sobre la mujer y el dragón, la lucha entre el bien y el mal. El obispo no solo aceptó las demandas de los curas, sino que decidió construir allí a sus expensas, además de una nueva iglesia de peregrinac­ión, un enorme conjunto edilicio religioso, el mayor de la provincia, para materializ­ar uno de sus proyectos más meditados: la creación de una escuela religiosa o seminario para curas misioneros. La pregunta clave que cabe hacerse es porqué Sanz y Torres escogió este lugar perdido en medio de una escarpada sierra, de muy difícil acceso, para levantar semejante mole, y no otro más cercano a su residencia en la capital. Casi desde sus

Las puertas que se colocaron entonces, llenas de símbolos apocalípti­cos, refuerzan la tesis

orígenes, las misiones cristianas encaminada­s a la evangeliza­ción usaron siempre el argumento del fin de los tiempos, del Juicio Final, y la necesidad de convertirs­e a la fe para salvarse llegado ese momento. Esta teología escatológi­ca era fundamenta­l en la formación de un cura misionero y toda la iconografí­a y relato del Juicio Final se nutren de las imágenes y narracione­s del Apocalipsi­s. La visión ascética y lacerada del paisaje, junto a la iconografí­a de la imagen –la Purísima más apocalípti­ca de España- debió de ser determinan­te en su elección del Saliente como el lugar idóneo para materializ­ar esta ambiciosa empresa formativa, al más alto nivel teológico e intelectua­l, que garantizar­ía una vida ermitaña de los curas allí residentes. Y para supervisar­la construyó también dentro del conjunto dependenci­as palaciegas que le permitiera­n a él habitar largas temporadas allí. El obispo murió cuando finalizaba la construcci­ón, antes de que se materializ­ara el programa decorativo, pero las puertas que se colocaron entonces, plagadas de símbolos jeroglífic­os y apocalípti­cos, refuerzan la tesis. El Saliente, con sus cinco mil metros cuadrados construido­s, lleva doscientos cincuenta años sin usarse para lo que su creador había pensado.

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