EL GUETO MUDO
LA escuela ha sido uno de los escenarios clásicos del proselitismo. En las cabezas infantiles los mensajes alienantes circulan más rápidos y calan con mayor impunidad. El último episodio de proselitismo escolar acaba de darse en Santa Coloma de Gramanet. Como quien no quiere la cosa, envueltos en un hálito de modernidad para sobreponerse a las prosaicas limitaciones del aula, unos profesores muy patriotas han convertido a sus alumnos en encuestadores. A los jóvenes de quince años se les ha encomendado investigar la presencia del catalán en los bares y restaurantes de la ciudad. Para unos serán notarios de la actualdiad, aunque otros temen que se conviertan en delatores de desafección lingüística. A estas alturas casi nada de lo que provenga del independentismo debería sorprender. Tras ser premiada la Nova Historia por la Generalitat, cualquier cosa es posible. Fueron los responsables de poner en circulación majaderías como que Cervantes, en realidad, se apellidaba Sirvent. Agraviado porque no le permitieron publicar El Quijote en catalán, se exilió a Inglaterra, donde convirtió su apellido en Shakespeare. Cosas de esa catadura recibieron el máximo reconocimiento institucional de Cataluña.
El ínclito Pujol ya los consideraba seres primitivos e incultos que Cataluña necesitaba civilizar
Este nuevo capítulo de la propaganda cultural del independentismo, la conversión de alumnos en detectives idiomáticos, persevera en la misma dirección, aunque con dos matices sustanciales. Hubo un tiempo en que estas investigaciones se hacían en Cataluña mediante sociolingüistas. Conformaron una escuela excepcional, admirada y respetada, con una profesionalidad más que justamente acreditada. Ahora los han sustituido por muchachos a los que, de paso, adoctrinan. Todo eso acontece en Santa Coloma, uno de los receptáculos prototípicos de inmigración desde hace más de seis décadas. Hasta tal punto es así, que la población es prodiga en procesiones, romerías y pasos, como si aquello fuese un trozo trasplantado del sur, de Andalucía o Extremadura. No es en absoluto sorprendente. Santa Coloma, como tantos otros lugares del cinturón de Barcelona, no ha perdido el aroma a gueto desde entonces. Allí se congregó la mano de obra barata que necesitaba el exceso de productividad industrial. Es una historia constante y universal. Como lo es que sus habitantes sean automáticamente estigmatizados por el simple hecho de ser foráneos. El ínclito Pujol ya los consideraba seres primitivos e incultos que Cataluña necesitaba civilizar. Coincidía, por cierto, con los lamentables planteamientos de Sabino Arana, otro racista de manual. Ahora, curiosamente, los nietos políticos de Pujol se interesan por qué lengua hablan. Lo mismo los prefieren mudos.