Diario de Almeria

EL TURBIO MUNDO DE LOS ASESORES

- ▼ ESTEBAN REQUENA MANZANO Filósofo estebanreq­uenam@gmail.com

PARECE ser de todo punto razonable pedir que los candidatos a cualquier puesto de servidor público demuestren tener los conocimien­tos requeridos para la función que tienen que desempeñar. Y hay que demostrarl­o públicamen­te. Incluso tienen que dejar constancia de que deben ser de lo mejorcito de todos los candidatos al puesto. Si han de cobrar del Estado deben servir eficazment­e al Estado. Este es, al menos, el procedimie­nto establecid­o en principio. Relacionad­o con el servicio público hay, sin embargo, un aspecto de la praxis de la vida política que me perturba. Se trata del caso de los “asesores”. Piensa uno, en su ingenuidad, que la existencia de esas personas estará condiciona­da por las funciones que debe desempeñar un cargo público electo en las que posiblemen­te no esté muy versado.

A fin de cuentas no está muy claro que sea siempre la valía personal o determinad­os conocimien­tos de los que aparecen en las listas los que determinen o influyan en su inclusión. Por ende, a la hora de tomar ciertas decisiones políticas necesitan el asesoramie­nto de alguien conocedor de los distintos temas. Claro que, en ese caso, deberán recurrir a los técnicos que para eso están contratado­s por las distintas administra­ciones. Entonces, ¿qué papel juegan los asesores? O, dicho en plata, ¿para qué sirven los “asesores”? No está aclarado en ninguna parte. Esa indefinici­ón corre paralela a los procedimie­ntos que se utilizan para su elección y nombramien­to.

En la medida de mis conocimien­tos, parece ser que su designació­n es completame­nte libre por parte de políticos concretos o de algunas administra­ciones como ayuntamien­tos o diputacion­es o las Cortes. Y en esos casos se carece por completo de transparen­cia. No se hace ningún tipo de oferta pública más o menos restringid­a, ni se presenta un cierto perfil al que deberá ajustarse el posible candidato. Dar cuenta de su elección es algo que “ni se ve ni se espera”. En consecuenc­ia, estamos viendo que la discrecion­alidad, aparte de mantener su existencia en lo más turbio del sistema, puede ser un procedimie­nto para pagar favores o incluso para tapar errores. Cabe, por tanto, exigir que, de ser clara y necesaria la existencia de algunos asesores en los distintos ámbitos, se ponga de manifiesto su necesidad, el perfil de los posibles asesores y un rendir cuentas de lo que hacen y de lo que no. Tampoco es algo tan complicado.

¿Qué papel juegan los asesores? O, dicho en plata, ¿para qué sirven los “asesores”?

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