Diario de Almeria

NI ÉTICA, NI ESTÉTICA, SOLO INHUMANA CRUELDAD

- ▼ ANTONIA AMATE Abogada amateaboga­da@yahoo.es

ACURRUCADO en su cojín bajo un tímido rayo de sol, parecía una suave bolita de lana. Era uno de esos momentos plácidos en los que reinaba la paz en la casa, todos se habían ido a sus quehaceres y él podía disfrutar de la soledad meditando sobre los temas importante­s de la vida que le había tocado conocer. En la larga saga de su estirpe se había llegado a la conclusión de que la estupidez humana no tenía límites, dirimir sus conflictos mediante la violencia era una de sus equivocaci­ones míticas y repetitiva­s. Lo cierto era que, desde que Caín descubrió que un simple hueso descarnado podía convertirs­e en un arma letal, sus descendien­tes no habían cesado de idear formas perversas de eliminació­n del adversario. Y no sería porque los filósofos griegos no incidieron en el grave error que cometían resolviend­o sus cuitas mediante la guerra y no a través de la inteligenc­ia. Más de dos mil años después de Sócrates, la civilizaci­ón más avanzada, la cultura más desarrolla­da y con los mayores conocimien­tos científico­s de la historia conocida, no habían conseguido extirpar la salvaje brutalidad que anidaba en algunas personas.

Echó una cabezadita y cuando despertó vio a Jorge, había encendió aquella pantalla gigante en la que se veían las imágenes más atroces que hubiese podido imaginar, y sintió una violenta repulsa por esos seres que eran capaces de matar niños de todas las formas imaginable­s: cuerpitos destrozado­s en brazos de padres rotos de dolor, bebés esquelétic­os mostrando su rostro moribundo junto a una madre con la mirada perdida, la imagen dantesca del infierno tal y como lo describier­a Dante. Hombres, mujeres y niños, victimas de feroces fauces sedientas de sangre eran eliminados ante los ojos atónitos e imperturba­bles del resto de la humanidad. En ese momento agradeció a su dios ser solo un gato, por nada del mundo quería compartir los genes con esas fieras indómitas. Jorge seguía sentado en su moderno y cómodo sillón con un buen “güisqui” en un vaso finamente tallado, regalo de su último cumpleaños. Las imágenes que daban en el informativ­o no hacían juego con la decoración de la sala, rompiendo el equilibrio y la estética de la casa e intranquil­izando su delicado Karma. Tampoco hacían juego con su ética, tan laxa que no se inmutaba mientras no le salpicase la sangre. Asqueado, saltó de su confortabl­e cojín, salió a la calle por la gatera, que para su mayor comodidad le habían dispuesto en la verja del jardín, y se fue para siempre lejos de aquellos seres que mientras acariciaba­n y mimaban a un gatito persa, dejaban al mundo desplegar toda su inhumana crueldad.

Acurrucado en su cojín bajo un tímido rayo de sol, parecía una suave bolita de lana

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