Diario de Almeria

Hermano costalero

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Qué alegría siente tu Cristo cuando te ve!! Cuando te tiene delante hablándole, pidiéndole y llenándote de su Amor. Qué alegría tiene Jesús porque no eres tú el que lo elegiste a Él para llevarlo sobre tus hombros. Fue Él, Padre de Misericord­ia, que a pesar de todo, de todas tus infidelida­des, te llama, te ha escogido y te quiere, se deja, está contento de que lo cargues por las calles de Almería para que Él sea Dios y Señor, para que lo muestres a todos sus hijos.

Puede que te sientas un poco incomprend­ido porque muchos piensan que no estás ahí por fe. Pero tantos ensayos, tantos esfuerzos y tanto amor que dejas a chorreones de sudor por nuestras calles no dicen lo mismo de ti. Me impresiona ver lo que eres capaz de hacer por tu Cristo, por el Cristo de tu Hermandad. Eres hombre de fe, esa fe a tu manera, que como un catequista enseña a los suyos quién es Dios y que se ha entregado por todos nosotros, tú nos lo muestras sufriendo por nuestra salvación. Y si haces todo eso por fe y por amor a Dios ¿qué más cosas puedes hacer por Él? Vive como un buen cristiano y entonces serás un buen costalero, de esos que tu Cristo se siente orgulloso de llevar en su cuadrilla.

Hace falta tener mucha fuerza para llevar el paso de misterio o el paso de palio, esa fuerza solo sale de tu cuerpo. Pero sobre todo lo que hay que tener es la fe y la vida entera puesta en Ese que llevamos entre todos. Hace falta mucha fe y mucha confianza en Jesús porque su paso no se lleva solo con las fuerzas de los hombres, sino sobretodo, con la fuerza de Dios. Y si tú lo llevas a Él, ¿quién te lleva a ti? Él es tu costalero.

Tú, como promesa, penitencia o simple donación, sin esperar ni querer nada a cambio, experiment­as grandes sentimient­os y emociones, lo que en estos tiempos puede considerar­se un privilegio.

En el nerviosism­o de los prolegómen­os los más antiguos tranquiliz­an a los que empiezan y el capataz controla que cada uno esté en su sitio ya marcado con antelación. Tras la bajada del faldón del paso, todos expectante­s aguardan la señal seca del martillo. En la salida, el paso cimbreando hace subir el clamor popular, ya estáis en el cancel de la puerta principal y a los sones de la Marcha Real se advierte la belleza del momento. Con la cerviz en el varal y acompasado por las marchas procesiona­les o en el susurro del rachear de las zapatillas, avanza en la tarde-noche y acusa ya su cansancio; su cuerpo dolorido se aproxima a los últimos esfuerzos. La recogida, la entrada en su templo es especialme­nte emotiva. El olor a cera y la flor pinchada se mezcla con la intensidad de la noche que se echa encima.

En la puerta del templo se producen los últimos rezos por saetas y una cercana nostalgia del alma lo espolea en su entrega, sacando las últimas fuerzas de flaqueza. Ya dentro, y arriado el paso, la voz del capataz resuena por última vez ¡¡Ahí queda!!

Que yo me sienta satisfecho solo al saber que Tú te vas contento porque sobre sus hombros te ha llevado un buen costalero.

Todos deberíamos ser buenos costaleros, de esos que no se descuelgan nunca y no cargan con su peso a los demás. Ser de esos costaleros que no pretenden el sobresalir ni el vivir aprovechán­dose de los otros.

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