Diario de Almeria

CITA PREVIA

- ▼ ▼ IGNACIO ORTEGA Escreitor ignacio.ortegac@gmail.com

TRAS la pandemia las administra­ciones pública ha generaliza­do la forma de relacionar­se con sus ciudadanos. No para ayudarnos a alcanzar la felicidad sino para proporcion­arle al osado que quiera dirigirse a cualquiera de ellas la tenue ingravidez que es dominar las nuevas tecnología­as, las redes sociales y las rocosas barreras burocrátic­as que nos pone la administra­ción, sin parecer derrotado. Atravieso Almería en autobús con un libro de Vanessa Monfort, “La hermandad de las malas hijas, para un simple trámite oficial en el INSS, pero un guardia de seguridad me devolvió a la calle enseguida por no tener cita previa. De paso, me dio un folio en el que rezaba: “Atención Telemática”, con un sin fin de teléfonos, páginas webs e instruccio­nes apocalípti­cas con el que me invitaban a entrar en el buche de las redes sociales a golpe de clics.

Hubiera podido contagiar a los que allí había mi agrura interna hacia la ministra del ramo, Elma Saiz, pero me contuve. Desterrand­o de mí cualquier ánimo combativo pensé que, quizás, su intención era reeducar a los pensionist­as y, desde la entereza que deja la madurez, ayudarnos a abordar el miedo espectral que los de mi generación sentimos a los nuevos retos de internet.También se me

Tras la pandemia las administra­ciones han generaliza­do la forma de relacionar­se con sus ciudadanos

ocurrió pensar que, probableme­nte, todas esas barreras telemática­s estuvieran ahí para eliminar la creciente presión que los jubilados ejercemos sobre los pacientes funcionari­os de la administra­ciones públicas que, a diferencia de los de mi generación, han perdido la memoria de los modos y costumbres del pasado, como si olvidaran, de repente, cómo se abre y cierra un grifo, o como enseñar a sumar a un matemático. Así es que, con el afán de no meterme en líos atravesé la ciudad y regresamos, Vanessa Monfort y yo, camino de mi apartament­o. Saludé a la vecina de al lado que debió notar que algo extraño se había instalado en mi cara de modo poderoso, entré en casa, me acomodé en la silla, miré de reojo a un desafiante ordenador que, según dicen, incluso apagado nos escudriña. Decidido al desafío del primer día de la semana me planto casi febril ante la pantalla de ese infierno blanco con los diversos niveles de angustia y desasosieg­o que el papel de “Atención Telemática” del Ministerio me ofrece, y procedo a inmolarme en la red telemática de la Seguridad Social. Ya dentro, me asalta una gran dosis de coraje y entereza para no sucumbir a los múltiples cuestiones de aquella selva de clics. Intenté volar alto.El estómago se me estaba haciendo un nudo.

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