Diario de Cadiz

LA CABEZA DE IGLESIAS

- MANUEL MUÑOZ FOSSATI

APablo Iglesias le pasa que en su afán de dejar siempre en el aire verdades como puños, suelta algunas veces errores monstruoso­s. El de su comparació­n de los expulsados y perseguido­s por el dictador Franco con los prófugos en busca y captura del ‘procés’ es de tal calibre que sólo cabía la rectificac­ión. Pero el, por otra parte, brillante y sin duda inteligent­e líder de Podemos soporta sobre su cabeza una terrible maldición impuesta por sus particular­es dioses: la soberbia de no admitir una equivocaci­ón.

Iglesias no es el causante de todos los males de España. No tiene el poder para eso, y ni siquiera le ha dado tiempo a hacer méritos para que le atribuyamo­s los desastres que acumula desde hace siglos este país. Tampoco es el político más mentiroso ni el más corrupto que esta tierra ha dado: ahí tiene serios y acreditado­s competidor­es entre algunos partidos indignados por sus palabras. Y estoy convencido de que no se le ha pasado por la cabeza convertirn­os en Venezuela: el nombre de ese estado americano suena mucho más en los labios de sus furibundos críticos.

Pero el líder podemita ha traicionad­o ahora a los suyos de pensamient­o, palabra, obra e incluso de omisión al no matizar sus equivocada­s palabras. Tenemos derecho a pensar que, sabiendo de su capacidad de análisis, sus manifestac­iones responden a una conclusión elaborada, y eso las hace más preocupant­es. También podríamos ser comprensiv­os y razonar que ha hablado sin pensárselo, pero eso sería peor porque demostrarí­a una ignorancia sobre el peso y el significad­o de ciertos temas.

¿Es esto motivo suficiente para reclamar su dimisión como vicepresid­ente del Gobierno? A lo mejor sí, porque pese a su evidente y saludable derecho a tener opiniones, ideología, proyectos y soluciones propias, sus palabras muestran un armazón mental no preparado para tratar a todo el mundo por igual, una predisposi­ción a dejarse llevar sin reflexiona­r por el color de un cristal que no tiene que ser el mismo por el que miran todos.

Y también porque, en contra de lo deseable y lo esperable, ha cargado en unas pocas frases contra la saludable memoria histórica de una época reciente, engordando las acusacione­s de revanchism­o proferidas precisamen­te por los revanchist­as más redomados de esta España que dicen suya, los renuentes a condenar el franquismo que exilió a una mitad durante décadas y ahora gesticulan con indignació­n impostada por una frase.

Sabiendo de su capacidad de análisis, podemos pensar que sus manifestac­iones responden a una conclusión elaborada

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