A María, la mujer de Diego ‘El zapatero’

Bueno Diego, ahí te la mando para arriba, ve diciéndole a San Pedro que vaya buscando una cuadrilla porque tienen que ensanchar las puertas casi de esquina a esquina del cielo. Sube más que una mujer, un corazón tan grande que seguro que no cabrá y para el que no habrá nube que lo sostenga, de modo que tendrás que buscarle unas pocas. Lo mismo que tampoco habrá ni dedo que la señale, ni mano que se levante para reprocharle algo, no es posible hacerlo a quien siempre se entregó a todos sin esperar nada a cambio y sin preguntar un cuánto. Todo el que la conoció lo sabe. Siempre me decía lo mismo, “padre es cualquiera, lo difícil es ser hijo”, y aunque yo hasta poco lo entendí, se que tú fuiste la mejor hija, la mejor madre, hermana, tía… y al final de tu vida, quién me lo iba a decir, otra vez hija, esa que ya no esperaba, la niña de mis ojos. Ojitos esos los tuyos que cuando me miraban eran como la sonrisa de un niño que reflejaba toda esa profunda bondad que Dios tuvo a bien regalarte y regalarnos.

Papá, a ti te debo lo poco o lo mucho que soy, pero a ella le debo la vida y ser como soy, y ése es mi mayor orgullo, tanto como yo de ella. A veces quiere el destino darte algo, quitándote antes, y en estos últimos años, al final me ha dado su vida y su felicidad que ha sido la mía.

Bueno Diego, lo dicho, dile a mi hermano que no la irrite, y cuidaros juntos allí, que yo mientras me ocupo de lo de aquí. Ahí te mando mis últimos besos, esos que no te pude dar María. ¡Nadie mereció más ese nombre!, María, María, todo amor, todo corazón, mi madre.