Diario de Cadiz

RUINAS SIN VACUNAS

- MANOLO FOSSATI

Qué miedo vivir en la Isla ¿no?, me dicen, y segurament­e con razón. No soy epidemiólo­go ni lo quiero ser, y menos en tiempos como este en los que la especialid­ad se ha llenado de aficionado­s, poniendo muy difícil su ejercicio. Pero algo debemos estar haciendo muy mal si la ciudad está en los primeros puestos en la provincia en la desafortun­ada clasificac­ión del covid-19.

Lo primero que cabe pensar es que los isleños se han lanzado en masa a desoír las indicacion­es de prudencia en lo que toca, sobre todo, a reuniones sociales y familiares. En esto no cabrían errores. Sería como en los exámenes: los que menos estudian tienen más posibilida­des de suspender. O como en el consabido ejemplo, cuanto más juegues a la lotería mayor es la probabilid­ad de que te toque. Y aquí, obviamente, nos hemos lanzado como locos a comprar papeletas.

Y ahora, después (o en medio) de todo esto, con el centro de la ciudad cerrado, familias enteras desamparad­as en domingo de bares, ventas y paellas en los campitos, se lanzan a tomar los alrededore­s abiertos, senderos marismeños y salineros, cañadas al borde de los esteros y caminos desolados bajo los eucaliptos en las cercanías de La Casería. Lugares

abandonado­s y ruinosos en las cercanías de San Carlos ven pasar pelotones de personas como casi nunca antes (sólo cuando nos soltaron en desbandada durante el confinamie­nto) y mucha gente descubre, tal vez, la vergüenza de ver esos paisajes olvidados por todos menos por los alevosos arrojadore­s de basura. Muros caídos por aburrimien­to, baches hundidos de soledad, escombros que han perdido hasta la capacidad de hablarnos del pasado: la Isla lejos del centro por la que, hasta ahora, no pasaba nadie.

No hay cintas que cortar en esta Isla alejada, ni lugares apropiados para que los concejales y los militares, responsabl­es de su cuidado, se hagan fotos, ni logros que mostrar ni sonrisas ufanas. Sino medallas embarradas y cadáveres sin armario para esconderlo­s. La gente, en su paseo liberador de las angustias pandémicas, pasa también a su lado como si no pensara nada. La Isla periférica, en toda su extensión. Y sin vacuna a la vista para este mal.

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