Frutales y viñedos sufren de forma especial los marcos de “estrés” del cambio climático
Una de las evidencias más palpables, para aquel que las necesite, del cambio climático, es su efecto en los cultivos. No sólo los momentos de cosecha se adelantan, sino que la sucesión de lo que llamamos “eventos extremos” altera enormemente la resistencia de las plantas. “En los árboles frutales –comenta Yolanda Gil–, suele ocurrir que la planta no ha pasado suficientes horas de frío para fructificar. Brotan fuera de época y pueden empezar a florecer antes de tiempo y, una vez llega el momento propicio, la planta ya ha hecho ese esfuerzo, no lo va a repetir, o lo va a hacer de forma más débil, sin las f lores necesarias para empezar a dar frutos”.
“El estrés climático se relaciona con los saltos fuera de la temperatura habitual para la planta –apunta Luis Mateos–. La vid depende mucho de las estaciones. Si estuviera en el Ecuador, sería una liana, apenas daría uvas… Gracias a la poda y la vigilancia, le sacamos los frutos. El año pasado, por ejemplo, veníamos de temporadas muy secas y vino la lluvia justo en la pandemia. Es como si tienes que hace tu compra para la semana corriendo y en diez minutos… haces lo que puedes. Por ahora, con el frío de enero y las lluvias, las plantas están descansando”. El estrés climático es parte del problema que se está teniendo con los hongos de madera. La decadencia que, desde hace tres años, sufren las viñas del marco de Jerez. “Se mueren las cepas nuevas, y toda la que se pone desde el segundo año plantación, da problemas”, comenta Gil, que ha realizado ensayos con trichodermas, además de productos “elicitores”, como el extracto de mimosa, para estimular el mecanismo de defensa de las plantas. Aunque las pruebas han supuesto “mejoras considerables”, los resultados son más esperanzadores cuanto menos avejentada y afectada está la viña.