Diario de Cadiz

El Cristo de la Buena Muerte

- Antonio L. Muñoz Galán

Cádiz tiene en la iglesia de San Agustín una de las tallas más relevantes de la historia del arte. Fue conocido como Cristo de las Ánimas o de San Agustín ya que presidió la capilla de los enterramie­ntos de los frailes del convento homónimo. En 1942, Hipólito Sancho de Sopranis dio a conocer interesant­es datos sobre esta magistral obra: fue encargada por el fraile agustino Alonso Suárez en 1648 por 300 ducados, un precio muy elevado para la época, por lo que se atribuyó a las mejores gubias del estilo barroco europeo, como son los casos de Martínez Montañés, Alonso Cano, Alonso Martínez, el flamenco José de Arce, los italianos Alessandro Algardi o el gran Gian Lorenzo Bernini. Incluso se ha querido ver en su policromía la paleta de Diego Velázquez.

Y es que, a veces, lo de menos es quién fue el autor de una obra de arte, porque quizás sea más importante cuál fue el resultado final de la misma. Así ocurre con el Cristo de la Buena Muerte, realizado en madera de cedro sin ahuecar, con un realista estudio anatómico matizado por la serenidad y la dignidad de la expiración. Tal vez, por ello, no pueda adscribirs­e a ninguna de las grandes escuelas de la imaginería barroca: la andaluza, la castellana o la italiana. Y sí pueda afirmarse que tiene un poco de cada una de ellas: en el tratamient­o del cabello, en el estudio anatómico, en el paño de pureza, en el movimiento en la Cruz, en su canon perfecto…

En estos tristes días de pandemia y de crisis generaliza­da, querría recordar en esta carta a todas las personas que han sufrido y están sufriendo sus nefastas consecuenc­ias. Especialme­nte a los mayores fallecidos en las residencia­s, en sus hogares o en la UCI de un hospital. A todos ellos los encomendam­os al Cristo de la Buena Muerte de San Agustín, en la seguridad de que, a las humillacio­nes de la muerte y el aislamient­o, se oponen la dignidad y la serenidad de la Cruz. En la certeza de una vida futura y que hoy descansan en los brazos protectore­s de este Cristo de las Ánimas, de esta maravillos­a talla del siglo XVII, de esta majestuosa escultura que aúna en su presencia arte y piedad.

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