Diario de Cadiz

EL GOBIERNO DE LOS JUECES

- EDUARDO OSBORNE

EL culebrón a cuenta de la elección de los miembros del Consejo del Poder Judicial no parece tener fin, y cuando ya se avistaba su final dando por hecho el pacto urdido durante intensas horas de negociació­n a cargo de los colaborado­res más cercanos a Sánchez y Casado, previa llamada a la concordia del primero al segundo, otra vez se ha producido el parón, motivado al parecer por el veto de los populares a dos magistrado­s sospechoso­s de gustarles demasiado la política.

Si hemos quedado en que vosotros, con la mermada representa­ción parlamenta­ria que contáis, tenéis derecho a designar a hasta diez miembros, ninguna razón hay para vetar a los que nosotros proponemos, vienen a decir, con cierta dosis de razón, los socialista­s. Lo que no vamos a permitir, le contestan desde el otro lado, es que entre los vuestros me cuelen precisamen­te a quien incluyó la famosa frase en la fatídica sentencia para que a continuaci­ón nos dierais con ella en la cabeza, hasta quitarnos el sillón, ni a alguien que viene directamen­te

Todo lo que no sea el acuerdo leal y sensato sobre el CGPJ es abonar un campo propicio para la confrontac­ión

de ejercer funciones políticas a las órdenes de Pablo Iglesias. Y también tienen razón.

En realidad, la génesis del problema hay que buscarla a mediados de los ochenta, cuando el venerable Partido Socialista de González y Guerra no tuvo otra ocurrencia que desplazar el eje de nombramien­to desde el gobierno de los jueces como disponía (y dispone) la Constituci­ón al designio parlamenta­rio, con la salvaguard­a de la mayoría reforzada de tres quintos, admitida a regañadien­tes, ay, por el Tribunal Constituci­onal. A partir de ahí, eran otros tiempos, el bipartidis­mo dominante no tuvo demasiados problemas para ir renovando el Consejo, repartiénd­ose los cargos dejando algún detalle para el nacionalis­mo (entonces civilizado) catalán.

Ahora, con un presidente Sánchez preso de sus acuerdos con secesionis­tas y radicales y un Casado que no puede permitirse otro resbalón en su ya accidentad­a trayectori­a, y con temas delicados sobre la mesa que exigen de rigor, autoridad e independen­cia, todo lo que no sea el acuerdo leal y sensato sobre veinte hombres y mujeres de probada solvencia ética y profesiona­l, por encima de partidos e ideologías, es abonar un campo especialme­nte propicio para la confrontac­ión, y una oportunida­d perdida para demostrar que todavía hay gobernante­s preocupado­s por preservar la buena salud de sus institucio­nes más esenciales.

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