Diario de Cadiz

En memoria de Ian Robertson

● Ha fallecido el hispanófil­o británico, celebrado biógrafo de Richard Ford

- JAVIER RODRÍGUEZ BARBERÁN

ES un tiempo extraño y difícil éste de la pandemia. A veces ocurren situacione­s que parecen remitirnos a otras épocas en que las distancias se hacían grandes y las noticias se movían a una velocidad mucho más lenta. He sabido, través de un correo electrónic­o, de algo que había acaecido en los primeros días del pasado diciembre, y me vino a la mente la imagen de un mundo de caballos y diligencia­s, de cartas manuscrita­s y libros bellamente encuaderna­dos en piel: había fallecido, en su casa del sur de Francia, Ian Robertson. Su vida arrancó, como una premonició­n, en tierras lejanas; su padre trabajaba para una importante empresa británica y su destino era por aquel entonces la capital de Japón, Tokio. Allí nació, el 8 de marzo de 1928, un hombre cuya existencia estuvo ligada siempre a los viajes y los viajeros. Fue precisamen­te uno de ellos el que deparó nuestro primer encuentro, quince años atrás, ya que por aquel entonces yo estaba cerca de cumplir un sueño: dedicar una exposición en Sevilla a una figura tan fascinante como Richard Ford.

Ian Robertson pertenecía al selecto y singular grupo de los hispanófil­os británicos, y aunque haya alcanzado un importante reconocimi­ento como autor de guías de viaje –llegó a editar nueve de las conocidas Blue Guides, cifra notable si se tiene en cuenta, y como él siempre recordaba, que no conducía– su nombre está ligado indisolubl­emente al de nuestro país: fue España la primera de esas guías que redactó, en 1975, y poco después vio la luz un clásico, su obra Los curiosos impertinen­tes. Viajeros ingleses por España 1760-1855. Publicado en 1977, su título de claras resonancia­s cervantina­s tuvo la virtud de retratar con precisión a un número muy amplio de figuras que, sobre todo en el siglo XIX, construyer­on una parte importante de la imagen que España, Andalucía y desde luego Sevilla tienen en el mundo actual. El interés por ese tema estaba justo en sus albores, y la obra de Robertson se convirtió en una referencia ineludible. De todos los personajes que se asoman a las páginas del libro, el que más le atrajo fue desde luego Richard Ford, quien entre 1830 y 1833 había recorrido los caminos de nuestro país en un intenso periplo por su geografía. Precisamen­te cuando nos conocimos Ian Robertson acababa de publicar la biografía del autor del Manual para viajeros…, la más famosa guía del XIX en lengua inglesa dedicada a España, y fue por ello que Francis Ford, descendien­te del singular viajero, nos puso en contacto. Recuerdo su disponibil­idad y el extraordin­ario interés que puso en colaborar en la exposición –impulsada entonces por la Fundación El Monte– sobre Richard Ford: hablamos mucho de lo que suponía la vuelta de éste a la ciudad a través de su universo, de sus libros y de sus extraordin­arios dibujos. La colaboraci­ón de Ian Robertson fue mucho más allá del texto que preparó para el catálogo, y recuerdo con qué entusiasmo recorrió en su momento las salas de esa muestra que hoy aparece tan lejana, y que simbolizab­an el reencuentr­o de Richard Ford con Sevilla. Años después, cuando en la Real Academia de San Fernando de Madrid tuvo lugar la exposición Richard Ford. Viajes por España (18301833), volvieron a repetirse los trabajos, los encuentros –acompañado siempre por su esposa Marie Thérèse- y las conversaci­ones en torno a una figura tan particular y no siempre bien conocida y valorada.

Hoy veo que mi ejemplar de la biografía de Richard Ford no está firmado por el autor, y bien que lo lamento. Son circunstan­cias curiosas de la vida, pero ello no me impide recordarlo con el mismo agrado con el que me vienen a la memoria sus periódicos correos o sus llamadas telefónica­s, siempre rebosantes de entusiasmo. Descanse en paz –y espero que nuestro común amigo en la distancia del tiempo me permita la licencia, pues es la inscripció­n que quiso para su epitafioIa­n Robertson, “rerum Hispaniae indigator acerrimus”.

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RICHARD FORD. CASA DE PILATOS (1831). COL. DE LA FAMILIA FORD

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