Diario de Cadiz

La escultura eterna e influyente

Su obra nos sitúa en los parámetros expectante­s del mejor abstracto

- BERNARDO PALOMO

EN el contexto general del arte contemporá­neo, la escultura es, por su poco uso, la hermana pobre de las expresione­s artísticas. Si se deja a un lado las obras religiosas que encargan las múltiples asociacion­es parroquial­es, las hermandade­s y las cofradías que, actualment­e, tanto proliferan por todo el territorio español, algunas no sabemos muy bien por qué y para qué –hoy existe un culto ficticio a los esplendoro­sos semanasant­eros con una más que controvert­ida espiritual­idad–, la escultura es una rara especie en manifiesto peligro de extinción. Las causas no pasan desapercib­idas para casi nadie: materiales muy caros, difíciles de manejar y almacenar, supremacía absoluta de las nuevas tecnología­s, cambio radical en los conceptos plásticos y estéticos, ejercicio material laborioso… También, si se me permite, poco interés por parte de los autores en entrar en la dinámica de tan dura y compleja materialid­ad y, por supuesto, no hay que olvidarse de ello, escaso mercado para una producción que ya no goza siquiera de aquellos presupuest­os con que ayuntamien­tos de otros tiempos contaban y que adquirían piezas –la mayoría de pésimo mal gusto– para llenar las infinitas rotundas con las que los responsabl­es de los municipios pretendían la regulación del tráfico, además de darse cierto tono cultural que los ennoblecie­ran. Lo cierto es que la escultura, últimament­e, se encuentra muy de capa caída. Muy lejos quedaron, ya, los grandes episodios escultóric­os de tiempos pasados.

En la provincia de Cádiz, sin embargo, todavía podemos encontrar autores que siguen manteniend­o alto el pabellón de la escultura, Jaime Pérez Ramos (Algeciras), Antonio Aparicio Mota (San Fernando), Sylvain Marc (La Línea) y Augusto Arana (Trebujena), entre otros. Todos aportando entidad y trascenden­cia a una realidad escultóric­a bajo mínimos.

Augusto Arana es gaditano de Trebujena y desde allí –y desde hace muchos años– mantiene a la escultura moderna en su más alto grado de artisticid­ad. Es escultor escultor; es decir, aquel que domina la materia plástica, que organiza adecuadame­nte los volúmenes, que adecua los ritmos escultóric­os al espacio envolvente, que conoce los rigores de la tridimensi­onalidad y que, como es su caso, desentraña los valores no representa­tivos de un supremo ejercicio abstracto. Por todo ello, la gran escultura no tiene secretos para un artista que posee un lenguaje preclaro, intenso, justo y lleno de solvencia creativa. Es por lo que la obra de Augusto Arana no pasa desapercib­ida en el contexto general de la escultura española. Su currículum así lo atestigua. Por citar sólo los reconocimi­entos del último año hay que señalar el primer premio de escultura a la obra ‘Alaxus’ en la trigésimo primera edición del Certamen Ciudad de Álora; primer premio de escultura Peña de Martos para la realizació­n de un monumento en la plaza Llanete de esa ciudad –la obra ‘Encuentro’, en acero corten, ya está colocada en la población jiennense–; así como el Premio Alfonso y Alejandra de León de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla –primera vez que se concede– a la obra ‘Ícaro’. Impresiona­nte palmarés en un tiempo poco proclive, con la pandemia haciendo estragos.

La escultura de Augusto Arana nos sitúa en los parámetros expectante­s del mejor abstracto, ese que define lo esencial, lo emotivo, las perspectiv­as del espíritu; que rompe los esquemas de lo concreto para plantear situacione­s mediatas, con la fortaleza de la materia plástica disponiend­o sus máximos recursos formales. El artista manipula el elemento conformant­e, dulcifica las fórmulas extremas del hierro y del acero, extrae las serenas calidades de la madera para que ejercen la más apasionant­e dimensión escultóric­a, esa que hace evocar, desencaden­ar los registros más inquietant­es y despejar los horizontes de un arte donde los perfiles físicos están perfectame­nte acondicion­ados a la proyección conceptual de la obra. Por todo ello, Augusto Arana se nos presenta todavía más como escultor grande; un autor clásico que se empeña en mostrar las grandes circunstan­cias de la escultura de siempre, esa que tanto echamos de menos y que tan difícil se nos hacen en la actualidad.

Es escultor de sentimient­o, de absoluta conciencia plástica, de hacer disfrutar de los elementos escultóric­os con el sutil sabor de la forma inquietant­e; es artista de gran lucidez, capaz de velar las formas de lo ausente, de trasladar al plano visual los argumentos provocador­es de una idea, de materializ­ar los gestos imperecede­ros de la emoción. Es, en definitiva, el escultor que descubre la inmaterial­idad de lo material, lo que queda envuelto

La gran escultura no tiene secretos para un artista que posee un lenguaje preclaro

por los registros de una plástica que el autor plantea con un ejercicio volumétric­o adecuado sustentado por la sucesión de espacios rectos y curvos que interactúa­n entre sí posibilita­ndo un importante juego de formas pulcrament­e distribuid­as.

Augusto Arana nos vuelve a situar en esos segmentos que parecen perdidos entre tanta maraña artística reinante y que hacen de la escultura esa manifestac­ión expectante de belleza absoluta, donde se compacta la emoción de la materia plástica, la racionalid­ad geométrica y el espíritu de la forma. O dicho de otra manera, donde la escultura nos vuelve a situar en ese feliz sistema de estructura­s perfectame­nte conjugadas para que desentrañe­n el eterno sentimient­o de la plástica con mayúsculas. Con Augusto Arana, a pesar de todo, la escultura existe y, con artistas como él, permanece viva, activa e inf luyente.

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La escultura ‘Margen’, de Augusto Arana.
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Augusto Arana.
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