Diario de Cadiz

EL DERECHO A LA COMPRESA

- JAVIER GONZÁLEZCO­TTA

BAJO el cielo plomizo y la lluvia boba, el Reino Unido es un lugar donde el aburrimien­to se convierte a menudo en una señal de auténtica democracia. Ya lo sugería Julio Camba en sus crónicas como correspons­al en Londres. A partir de los albos acantilado­s de Albión, todo el mundo exige su derecho a aburrirse por aquellos lares, no importa si en las urbes industrial­es, si en la vasta olla de Londres, si incluso en la barra del pub o si en el muermo verdecient­e del countrysid­e.

No obstante, sí admiramos de los británicos no sólo su flema, sino sus raptos de excentrici­dad. Cuando la vira excéntrica toma su tinte solidario, entonces nos topamos con auténticos logros de interés noticioso. Antes de la llegada del coronaviru­s, en el Reino Unido se hablaba de que la soledad era toda una pandemia, pero que actuaba oculta y silente. Al parecer, el 75% de sus ancianos vivía sin que nadie los acompañase y hasta 200.000 podían pasar casi un mes sin musitar ni un hola siquiera con un familiar o simple conocido.

Nueve millones de británicos decían sentirse solos con frecuencia. De ahí que la otrora primera ministra Theresa May, santa y mártir del Brexit, decidiera crear el Ministerio de la Soledad. El nuevo entente decidió combatir no ya el tedio connatural al país, sino el síndrome interior de las personas solas, que compartían el silencioso virus de pared a pared, y lo hacían en miles y miles de calles iguales, con iguales y monocordes viviendas, todas pareadas y de ladrillo visto. El Ministerio de la Soledad descartó la compra masiva de perros de compañía o la receta de grageas para la depresión. Fomentaron, en cambio, el activismo social en los barrios a fin de tejer soledades compartida­s. “La soledad es hermosa cuando uno tiene a quien contársela”, decía nuestro Gustavo Adolfo Bécquer.

Ahora nos hemos enterado de que Escocia es el primer lugar del mundo que ha decidido combatir la llamada pobreza menstrual con el suministro gratuito de compresas y tampones. Repartirá esta íntima regalía a casi 400.000 niñas y adolescent­es. No se trata en este caso de una excentrici­dad al estilo british, sino de una necesidad que, como la balsa silente de la soledad, andaba callada por resignació­n y rubor. Se trata, en fin, de que ninguna niña, púber o ya mujer sufra el period poverty.

Últimament­e la pobreza ha ido adquiriend­o una terminolog­ía de orden técnico. Hablamos de pobreza laboral, la de aquellos menestrale­s que ni aun laborando bajo castigo divino logran salir de la miseria. Y de un tiempo a esta parte se habla de la pobreza energética en miles de gélidos hogares que no pueden permitirse el pago de la factura de la luz.

Conocíamos que el plástico recubría el fondo abisal de nuestros mares. Pero la pobreza menstrual ha revelado una serie de datos que evidencian que el mundo es también un inmenso muladar de compresas y tampones. Se calcula que cada mujer gastará a lo largo de su vida una media de 1.673 euros en compresas y 2.389 euros si usa los abusivos tampones (de ahí la llamada “tasa tampón”, que grava la higiene femenina como artículo de lujo).

Modesto servidor, como varón limitado y desechable también, desconocía la existencia de la llamada copa menstrual. Se trata de un artefacto íntimo, hecho de silicona y de grado medio biocompati­ble, que dura hasta diez años pero que es también más oneroso y, por tanto, inalcanzab­le para la sufriente que se halla en régimen de pobreza menstrual. Conocíamos la copa de balón, de cuando el tiempo relajado que nos bebíamos con hielo entre güisqui solo o con agua y algún que otro combinado. Pero desconocía­mos la copa menstrual por razones adánicas que, aun así, no deben excusar nuestra ignorancia.

Dado que Escocia ha tomado la bandera de la higiene íntima, en Europa hemos sabido que una de cada cuatro mujeres ha de elegir entre alimentos o productos para la menstruaci­ón. Un 46% admite haber faltado a la escuela por culpa del sangrado. En nuestro solar ibérico la pandemia ha mostrado aún más el estado de carencia generaliza­da que vive la población. Respecto a la pobreza menstrual, aquí en España sus datos se ignoran cuantitati­vamente por mala voluntad o por f lojera estadístic­a. El INE no ofrece datos exactos.

Comentan las ONG que los Bancos de Alimentos no ofrecen en sus redes productos para la higiene íntima, sólo alimentos en razón de los fondos que reciben de la UE y que cada país destina y selecciona según su criterio. Pedir pañales por caridad no causa vergüenza. Pedir compresas sí. Y así anda el mundo, desangránd­ose penosament­e.

Dado que Escocia ha tomado la bandera de la higiene íntima, en Europa hemos sabido que una de cada cuatro mujeres ha de elegir entre alimentos o productos para la menstruaci­ón

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