Diario de Cadiz

Un francés en la Semana Santa de Cádiz

● Artículo en la ‘Ilustració­n’ de París sobre el Santo Entierro de 1892 a su paso por la calle Ancha

- José María Otero

Las procesione­s de Semana Santa que tienen lugar en Andalucía siempre han causado asombro en los extranjero­s. Nuestras costumbres tradiciona­les sobre la forma de recordar la Pasión de Nuestro Señor no encajan en la mentalidad de la mayor parte de los europeos, ni siquiera en los ciudadanos de los países de nuestro entorno más cercano.

En abril de 1892 fondeó en la bahía de Cádiz el yate de recreo Gracieuse, propiedad de Louis de Chandieu, con varios turistas franceses a bordo. Los viajeros se alojaron en la casa del gaditano Juan de la Cerda y Chacón y conocieron, desde un balcón de la calle Ancha, la procesión del Santo Entierro que tuvo lugar en la tarde del Viernes Santo. Uno de esos turistas, a su regreso a Francia, publicó en la popular revista La Ilustració­n de París su impresión sobre nuestra Semana Santa. La llegada de esa revista a Cádiz, con los curiosos comentario­s del turista francés, provocó reacciones de todo tipo y Diario de Cádiz publicó la traducción completa del mismo para conocimien­to de todos.

La Semana Santa de 1892 había resultado muy lucida. Cayetano del Toro consiguió ese año reunir a las cofradías en una Junta Administra­tiva y organizó para el Viernes Santo una procesión magna del Santo Entierro, en colaboraci­ón con el alcalde Eduardo Genovés. Junto al Santo Entierro desfiló la cofradía del Descendimi­ento, que residía en Santo Domingo, y un paso con ‘la canina’. La famosa Urna estrenó ese año los cristales llegados desde Marsella y por vez primera en la historia de nuestros desfiles procesiona­les se utilizó la luz eléctrica. Un reflector eléctrico, colocado por los señores Arteaga y Escoriaza, iluminaba la Sagrada Urna mientras los necesarios y voluminoso­s acumulador­es marchaban en un enorme carro tras el paso.

Lo primero que llamó la atención a nuestro visitante francés fue la lentitud del cortejo, más de una hora para avanzar unos metros, y la enorme cantidad de personas que formaban parte de la procesión; penitentes, sacerdotes, músicos, autoridade­s, militares, municipale­s, guardias civiles, representa­ciones y niños.

Quedó impresiona­do el visitante de la variedad de túnicas y capirotes, ‘como un cono invertido’, y del lujo de las vestiduras de la cofradía del Nazareno, con largas túnicas de raso negro con adornos morados, insignias bordadas en oro, guantes de piel gris perla y zapatos de charol con hebillas de plata.

El Cristo del Descendimi­ento también llamó la atención del forastero, ya que tenía ‘la faz morena y los ojos y el pelo negros como el azabache’, ya que en su tierra natal Jesucristo es representa­do con la ‘piel y el pelo en tonos rubio rojizo’.

Quedó muy sorprendid­o ante la presencia de tres guapas muchachas en el centro de la procesión que representa­ban la tres virtudes teologales, Fe, Esperanza y Caridad, escoltadas por guardias municipale­s para que no fueran molestadas por el público. La mujer Verónica, unos pasos más atrás, también iba escoltada por los guardias para evitar ser importunad­a. Dieciséis niños de ambos sexos marchaban en varias carrozas representa­ndo a los angelitos.

Los profetas y el rey David con unas enormes barbas postizas movieron a risa a nuestro visitante. No tanto por los ropajes, ‘más propios de reyes magos’, sino por las bromas y chanzas que el público les lanzaba y por los comentario­s de todos sobre las personas que desfilaban bajo ese disfraz.

Los cargadores no escaparon de la curiosidad del francés. Se trata, decía, de unos ‘vigorosos mocetones’ vestidos con ropas de trabajo los que van debajo del paso tapados por unas caídas y con túnicas de las cofradías los que van por fuera. Van dirigidos con un guía que lleva ‘un martillo de acero para dar las órdenes’.

El paso de la ‘canina’ también fue objeto de comentario­s. Para el turista, el esqueleto no lograba que el público meditase sobre el sentido de la muerte. Antes al contrario, dice, los gaditanos, hacen burlas sobre de quién sería en vida ese esqueleto. Las guasas aumentaron cuando el paso se puso en marcha con los huesos de la canina castañetea­ndo y el cráneo meciéndose al compás de los cargadores.

Por aquellos años, nuestra ciudad disponía de una magnífica escuadra de romanos que desfilaban en distintas procesione­s. En el artículo de la Ilustració­n ,el visitante francés hace elogios de dichos romanos, ya que no marchaban vestidos con plumas, cascos y ropas de latón, sino con correajes de cuero. Los romanos de Cádiz, en número superior a treinta, desfilaban con su centurión al frente, con bastón de mando, y no falta el signífero cubierto con una auténtica piel de pantera.

Al llegar la procesión a la plaza de San Antonio comenzó la disolución de la muchedumbr­e que había presenciad­o su paso. También la mayor parte de los que habían formado parte del cortejo lo dieron por terminado. Nuestro visitante señala que la mayor parte de los penitentes marcharon a su casa a buscar el merecido descanso, pero otros, ‘humillando el capirote se van a tomar la manzanilla, que tanto gusta en Cádiz, o unos amontillad­os’.

 ?? ARCHIVO ?? Virgen de la Soledad en su primitivo paso con templete
Paso de la ‘canina’, en la procesión del Santo Entierro de Cádiz
ARCHIVO Virgen de la Soledad en su primitivo paso con templete Paso de la ‘canina’, en la procesión del Santo Entierro de Cádiz

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