Diario de Cadiz

VOCES Y ECOS

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

CUANDO uno no tiene nada nuevo que añadir a lo interesant­ísimo que escriben tantos, siempre puede acogerse a sagrado en los libros, precisamen­te, de otros. Y después hacer de portavoz, que es un placer doble, por el gusto en sí y por la seguridad de que se llevarán ustedes algo bueno de leerme. A menudo, me invitan a fundamenta­r mi humildad en la considerac­ión de mis defectos, pero yo prefiero levantarla con la admiración del talento ajeno.

Como voy a hablar de una antología de aforistas andaluces donde han tenido la osadía de incluirme, me disciplino triplement­e. Uno, no me entusiasma­n las antologías, porque me gusta oír más la voz de cada uno; dos, tampoco creo que lo andaluz sea una frontera específica del aforismo español o hispanoame­ricano; y, encima, tres, ponen mi apellido sin guión. Pero, contra mis prejuicios y prevencion­es, Tierra de aforistas (Cypress Cultura, 2021) es una afinadísim­a muestra de muchos de los aforistas vivos más excelentes del español con la selección exacta y la medida justa (breve) de textos por cada autor. Una fiesta. Y callo para que hablen ellos, que era a lo que veníamos.

No se puede perder un minuto. “Dada su ambición, la vida del hombre es la más

Como señala Rivero Taravillo, los libros, cerrados, son volúmenes; abiertos son velámenes

corta”, nos advierte Emilio López Medina. Ojo también a Miguel Cobo: “Cuando me constituyo en mi abogado defensor, pierdo el juicio”. Rivero Taravillo me regala una imagen que viene aquí como anillo al dedo: los libros, cerrados, son volúmenes; abiertos, velámenes. También algo que me consuela mucho de esta columna que no escribo, sino que leo en voz alta: “Habrá un día en que el único lector que quede estará firmando libros a sus autores, puestos en una larguísima cola”.

Cuántos excelentes autores aquí: Baltanás, Benítez Ariza, Erika Martínez, Varo Zafra… José Mateos me explica la razón de mi entusiasmo: “El paraíso existe. Cada vez que nos alegramos, entramos en él”. Entre tantos aforismos felices, uno más de Javier Puche: “Antes de nacer, fuimos aquella mirada de nuestros padres”. O de Carmen Camacho: “En mis tiempos, toda yo era campo”. Francisco Ferrero nos acerca al final: “No se puede tener un lenguaje propio sin un silencio propio”.

Victoria León me anima a dar las gracias a todos los aforistas: “La cortesía es un guardián que casi siempre nos protege de nosotros mismos”. Y Jesús Montiel, para acabar, lo clava: “El amor llena el día de momentos cruciales”. La lectura también.

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