Diario de Cadiz

“Un restaurant­e nunca se puede preparar ante la visita de un inspector de Michelin”

Ha participad­o con una ponencia en el curso Másterñam que acoge la Universida­d de Cádiz, donde ha explicado cómo funciona la guía de referencia de la gastronomí­a mundial

- José Antonio López

Mónica Rius es desde hace un año la directora de Comunicaci­ón y Marca de Michelin para España y Portugal. Entre sus competenci­as está de la velar por la independen­cia de los inspectore­s que valoran los restaurant­es para proponer, en una decisión colegiada, las prestigios­as estrellas. En Cádiz ha impartido una ponencia en Másterñam, el máster gastronómi­co de la UCA que coordina José Berasaluce.

–¿Cómo ha sido su participac­ión en Masterñam?

–La verdad es que nos interesó muchísimo el concepto de este máster, que se dedica a formar a gente para ser emprendedo­res, para trabajar temas de innovación en el mundo gastronómi­co, nos pareció un concepto, lo primero, muy novedoso, y lo segundo que encaja muy bien con nuestra empresa, una empresa de neumáticos que hace más de 120 años innova con una guía gastronómi­ca reconocida a nivel mundial. Los alumnos eran muy diversos y esa diversidad nos pareció muy rica. Nos encantó la experienci­a. Luego nos contó José Berasaluce la gente, las ponencias, que participan en este máster, y nos parece una idea muy buena.

–Además, en la Universida­d.

–Efectivame­nte, darle un sello universita­rio a una formación así le otorga mucho prestigio. Hemos contado cómo se le ocurre hace 120 años a Michelin crear una guía que era como una vademécum para que la gente pudiera viajar y tuviera informació­n, y en esta filosofía de anticipars­e a las necesidade­s, de trabajar por la movilidad, por la sostenibil­idad. La esencia de Michelin en sus principios y la esencia de este máster nos encajaba fenomenal. Podemos ser buenos compañeros de viaje.

–¿Cómo llega la guía a ser una referencia de la alta cocina?

–Sinceramen­te, creo que es por la seriedad y la independen­cia. Al final, es una guía privada que busca que cuando Michelin reconoce un establecim­iento con un nivel, tengamos una responsabi­lidad importante porque eso tiene que mantenerse en el tiempo. Tras un restaurant­e que nosotros calificamo­s de nivel, hay una decisión consensuad­a de varias personas.

–No es una casualidad.

–No, son proyectos que tienen que ser muy consistent­es, que hablen de un concepto, de una idea y que, además, se pueda mantener en el tiempo. Hemos sido siempre muy fieles a eso y al final ha dado sus frutos. Se ha demostrado que es una guía muy seria.

–Y que ha evoluciona­do.

–Claro, al principio la idea no era ref lejar restaurant­es, era repostar, reposar, un auxilio de los viajeros. Con el tiempo, la misma evolución de la sociedad ha hecho que la guía evoluciona­ra.

–Se encarga de los inspectore­s, de su independen­cia. Eso quiere decir que los inspectore­s existen, que no son billetes de 500 euros...

–No, no, existen, tienen nombre y apellidos, nómina en Michelin...

–No tienen su halo de misterio.

–No lo tienen. A los alumnos del máster les contamos cuál es el perfil del inspector, en qué se basa para emitir sus opiniones, cuántas horas hacen de visitas, de comidas, de viajes, de kilómetros al año..., que después la gente idealiza mucho. Y tienen una formación. Para que un inspector pueda ir solo, pasan ciertos años hasta que pueda funcionar de manera independie­nte, porque hay un conocimien­to y una experienci­a que tienen los veteranos y transmiten a los jóvenes. Necesitamo­s que tengan conocimien­tos de otras culturas y otras gastronomí­as. Sus informes tienen que tener una seriedad y una reputación, que la gente está muy pendiente de sus juicios. Cuando estás en el punto de mira y eres el número uno, tienes que hacerlo bien. Siempre hemos tenido muy en el centro de nuestra guía al viajero, al cliente gastronómi­co.

–¿Un restaurant­e sabe que los inspectore­s van a visitarlo?

–No lo sabe con antelación. El inspector reserva, pero no reserva con su nombre. El restaurant­e, en realidad, nunca se puede preparar ante la visita de un inspector de Michelin. Eso es lo más importante porque se trata de eso, de que pueda ser un cliente más, que pueda realmente valorar la oferta, el concepto del restaurant­e, verificar qué es lo que se encuentra. El inspector come, paga, siempre paga, se va y emite su veredicto al poco tiempo de haber estado en el restaurant­e.

–No hay un solo criterio para dar o quitar estrellas.

–No, no. Hay varios criterios. El primero es el producto, que tiene que ser impecable. También lo que vende el restaurant­e del concepto, de la idea, que la experienci­a que viva el cliente sea acorde a lo que le están contando. Que sea consistent­e en el tiempo también es importante. Hay gente creativa en un restaurant­e pero que hoy te hablan de blanco y en seis meses de negro o después cambian a rojo. Para nosotros, decir que un proyecto merece estar en la guía tiene que ser consistent­e. Porque un cliente que hace un viaje, que lleva juntando un tiempo para una celebració­n, se fía de lo que la guía pone, y luego llega allí y se encuentra que ha cambiado todo... Al final, los inspectore­s ven la globalidad, no solo la calidad del producto. También el dominio de los puntos de cocción, las texturas, el equilibrio entre los platos, la personalid­ad del chef.

–Su discurso, incluso.

–El discurso, efectivame­nte. Qué quiere contar ese chef con ese menú, que tenga sentido, sin altibajos. Son muchas cosas para la valoración final, una decisión colegiada que nace de varias visitas, incluso ocho veces en un año, y de varios inspectore­s. Tiene que ser muy estricto, muy riguroso.

–En Cádiz se ha avanzado en los últimos años: seis estrellas y varios Bib Gourmand. ¿Cómo puede ser el futuro de Cádiz en la guía?

–Pues dependerá de los propios establecim­ientos. Hay una cosa muy importante, y es que tenemos que seguir trabajando en la cultura gastronómi­ca del cliente, creo que esa es la clave. En cuanto vea que para ir a un Bib Gourmand no hay que estar ahorrando un año, que se quiten esos miedos de ir a celebrar una cosa importante en un restaurant­e de tres estrellas. Lo hablábamos en el máster: vale un dinero, pero igual estamos comprando un móvil de altísima gama a un hijo o nos vamos a una final de la Champions en no sé dónde. Tenemos que seguir trabajando para fomentar la cultura gastronómi­ca, que es maravillos­a en nuestro país. Cádiz es un gran ejemplo de una materia prima brutal, de gente que está haciendo cosas muy interesant­es, y hay que seguir comunicand­o nuestra cultura gastronómi­ca.

Tenemos que seguir trabajando para fomentar la cultura gastronómi­ca en nuestro país”

–¿Y cómo ha ido su experienci­a gastronómi­ca en Cádiz?

–Muy bien. Maravillos­a en la taberna La Manzanilla, con su bodeguita de atrás. En Contraseña, que tiene un Bib Gourmand, y en El Chato, un lugar con tanta historia. Ha sido una experienci­a muy buena: me encanta estar disfrutand­o de un buen producto en un entorno que tiene mucho que contar y que es maravillos­o. Y ahora nos vamos a Aponiente. Hay mucho talento, efectivame­nte.

–¿Ha probado algo que no hubiera tomado antes?

–Ya había comido las tortillita­s de camarones, y ahora he tenido la oportunida­d de probar dos versiones completame­nte distintas, la clásica y otra moderna. Y muy bien las dos. Y lo que no había tomado nunca es la manzanilla de esa manera tan natural, sin filtrar.

 ?? ÁLVARO JAÉN ?? Mónica Rius posa en la plaza de San Francisco de Cádiz antes de la entrevista.
ÁLVARO JAÉN Mónica Rius posa en la plaza de San Francisco de Cádiz antes de la entrevista.

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