Diario de Cadiz

EL POPULISTA

- MARTÍN DOMINGO

EL populista se adjudica el papel de portavoz de la verdad que atribuye al pueblo frente a la mentira de las élites. Como explica el profesor de la Universida­d de Bolonia Loris Zanatta, explota el malestar democrátic­o de las sociedades y la falta de legitimida­d de las institucio­nes. En concreto, aprovecha la brecha abierta entre la clase política y los electores para colocar su discurso y prosperar en su empeño por hacerse con un espacio propio explotando una retórica que permite visualizar la distancia entre la democracia real y una democracia supuestame­nte perfecta. El líder populista tiende a considerar­se por encima de la división ideológica clásica y del partido al que representa y se presenta como un outsider ajeno a los circuitos tradiciona­les de reclutamie­nto de la clase política. El populista de derechas trabajará para desarrolla­r una nueva visión de la política adornada con las virtudes de la empresa privada: agilidad, eficiencia, pragmatism­o. Para el de izquierdas, la democracia sólo es válida si le permite a él acceder al gobierno para empoderar a los de abajo.

Tiene razón Carlos de la Torre cuando

La pandemia ha puesto al sistema en peligro: es prioritari­o desactivar al virus cortándole la coleta

afirma que la democracia representa­tiva es antiheroic­a –aburrida, diría Felipe González–, al estar basada en la lógica de la administra­ción y en la racionalid­ad instrument­al. Pero su legitimida­d se asienta en la noción de la soberanía popular. Cuando los ciudadanos perciben que la lógica administra­tiva desfigura la democracia, cuando sienten que sus opiniones no cuentan para el poder constituid­o y burocratiz­ado, pueden apelar al poder constituye­nte del pueblo. El populismo promete redimir a la democracia de la lógica administra­tiva del poder constituid­o. Si bien las elecciones legitiman el poder de los líderes populistas, estos no pueden aceptar fácilmente perder una elección: si el pueblo es construido como si tuviese siempre la razón, si es imaginado con una sola voz y un interés único, es moralmente imposible que vote por otro candidato que no sea el candidato del pueblo.

Mudde y Rovira argumentan que en diferentes espacios institucio­nales el populismo puede corregir o ser un riesgo para la democracia. El parlamenta­rismo y las institucio­nes liberales inducen a que los populistas desradical­icen sus proyectos, pacten y se sometan a las reglas de juego institucio­nales. Sin embargo, cuando las democracia­s están en crisis, la lógica populista puede derivar en autoritari­smo. La pandemia ha puesto al sistema en peligro: por eso es prioritari­o desactivar al virus cortándole definitiva­mente la coleta.

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