Diario de Cadiz

Cuando un diario puede salvar una vida

● El Chato llevaba el periódico al cuartel hasta que un día faltó

- Pedro M. Espinosa

Su nombre es Curro Romero, aunque en el pueblo todos lo conocen como El Patillas. Tras su perfil de bandolero se esconde un tipo listo, empático, amable, un guardia civil pendiente no sólo de mantener el orden en Prado del Rey sino la salud de sus habitantes. Esa preocupaci­ón suya por el bienestar de sus vecinos resultó clave para salvar la vida de Antonio Velázquez, El Chato. Su perspicaci­a se adelantó a los acontecimi­entos cuando una mañana, desayunand­o junto a su sargento, se encontró con el Chato. Lo vio temblón, desmejorad­o y, como si una lucecita se encendiera en su cerebro, decidió darle tarea. “Chato, como ya estás jubilado, te voy a poner una tarea. Todos los días te vas a encargar de ir al centro del pueblo, recoger el Diario de Cádiz y acercárnos­lo al cuartel”. El Chato protestó de entrada. No le hacía gracia que le endilgaran una responsabi­lidad diaria a sus años. Incluso al sargento del puesto le rechinó la misión encomendad­a por Curro. Hasta que al volver a la mesa se lo explicó. “Curro me dijo que El Chato vivía solo –nos decía ayer José, el sargento–, que estaba soltero y enfermo. Que de esa forma, el Diario haría de testigo de la salud del Chato. Si cada día llegaba el periódico sería señal de que estaba bien, y en el momento que el Diario dejara de llegar tendríamos motivos para preocuparn­os. Controland­o el Diario controlare­mos al Chato, me dijo Curro”.

Durante dos meses el periódico llegó al cuartel con puntualida­d británica. El Chato se levantaba, desayunaba y acudía a recoger el Diario de Cádiz al centro de la localidad. Día tras día. Hasta que una mañana José llegó al cuartel y el periódico no estaba. “Me escamó nada más entrar. Subí a la oficina y pregunté por él. No lo hemos visto me dijeron. Nazaret, la chica que atiende en el bar, también me dijo que no había llegado esa mañana. Así que decidí ir a su casa”.

El sargento nos contaba ayer que tras llegar al domicilio del Chato vio que nadie respondía a la puerta. Un pintor realizaba su tarea en la finca. “Le pedí prestada la escalera y subí hasta su ventana. Lo vi tirado en el suelo. Así que rompimos un cristal y entramos. Le había dado un infarto cerebral. Rápidament­e llamamos a los servicios sanitarios, que pudieron atenderlo y salvarle la vida. Me parece una historia tremenda, porque si Curro no hubiera tenido esa visión, esa experienci­a, segurament­e habrían pasado días quizá sin saber nada de este hombre y no habría podido hacerse nada por salvarle la vida”, reflexiona­ba.

Historias como esta, donde la profesiona­lidad y la cercanía de los hombres y mujeres de la Guardia Civil resultan claves para salvar vidas, no son difíciles de encontrar en los pueblos de toda la geografía española. En muchas ocasiones se juegan su integridad física por proteger a la ciudadanía. Como llevan haciendo desde su fundación, hace casi dos siglos.

La perspicaci­a del agente fue clave para socorrer al Chato del infarto cerebral que había sufrido

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Imagen del cuartel de la Guardia Civil de Prado del Rey.

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