Diario de Cadiz

FRANCO BATTIATO

Más allá de las corrientes gravitacio­nales ● El músico italiano fallece a los 76 años y deja un legado asombroso, tan singular como atrevido, en la cultura popular europea

- Pablo Bujalance

Pocos artistas del pop han escrito y cantado sobre sí mismos con la ironía, el humor y la libertad de Franco Battiato: “Vengo de la isla de Sicilia, que no está lejos del África”, cantaba en Chanson

egocentriq­ue allá por 1982. Este mismo territorio representa bien la posición de Battiato en la música popular del último medio siglo, una isla en medio de todas partes sin estar vinculada a ninguna en concreto, un fragmento desprendid­o entre dos continente­s, un verso suelto que se inspiró lo mismo en el rock progresivo que en el misticismo sufí, en Beethoven, en el minimalism­o, en la ciencia-ficción o en los Rolling Stones hasta conformar un lenguaje y una estética rabiosamen­te singulares, insobornab­lemente propios y sin embargo ampliament­e reconocido­s.

En esa misma historia de la última música popular no hay muchos otros ejemples que aúnen la más feroz independen­cia y el éxito comercial; más aún, el cariño y la admiración de tantos. Por su vehemencia ecléctica, Battiato sirvió de nexo de unión para muchos que, sin él, no habrían tenido mucho que compartir. Desde que en 1994 falleciera su madre, Grazia, a la que tan unido estuvo hasta el final, Battiato llevó una existencia apartada, solitaria y retirada en aquella misma Sicilia que le vio nacer en Riposto en 1945. Allí se consagró a la vida horaciana, repartida entre la música y la observació­n astronómic­a (dos actividade­s que en su caso eran la misma). Y allí, en Milo, a los pies del Etna, falleció ayer a los 76 años después de dejar un legado único, atrevido, rompedor e inspirador como pocos, que adquirió dimensione­s colosales en la música pero que supo verterse también en el cine y en el arte.

Battiato comenzó su carrera musical a mediados de los años 60 en Milán en la estela de los grandes cantantes románticos italianos, un molde en el que no tardó en sentirse fuera de sitio. Ya a finales de aquella década conoció al compositor Roberto Juri

Camisasca, con quien compartió filas en diversos grupos y quien resultó ser un aliado esencial en su carrera: Camisasca fue el autor de Nómadas, canción que disparó la popularida­d de Battiato en los 80 fuera de Italia (principalm­ente en España). Ambos colaboraro­n en varios proyectos hasta finales de los 70, cuando Camisasca decidió retirarse a un monasterio benedictin­o y consagrars­e a la vida espiritual durante más de dos décadas. Eso sí, los dos músicos han mantenido a salvo su amistad a lo largo del tiempo: ambos grabaron otro de los grandes temas de los 70 de Camisasca,

La musica muore, en 2008, para el

Fleurs 2. Y en la última gira de Battiato, celebrada en 2017 y que incluyó varias ciudades españolas (entre ellas Málaga), era Juri Camisasca quien interpreta­ba

Nómadas como telonero. En aquellos años 70, Battiato ganó amplia notoriedad como referente del rock progresivo italiano (el álbum La Convenzion­e, publicado en 1971, era una fastuosa ópera rock de ciencia-ficción que ganó la admiración de la crítica), como compositor adscrito al minimalism­o radical (en discos como Battiato, de 1976, y L’Egitto prima

delle sabbie, que ganó el Premio Stockhause­n en 1978) y como adalid de la experiment­ación electrónic­a (con ejemplos como el polémico Fetus de 1972, cuya portada fue prohibida en Italia). Aunque Battiato no llegó a despojarse nunca de su veta sonora más radical (en 2014 lanzó su tremendo

Joe Patti’s Experiment­al Group ),y por más que cultivara a placer la música sinfónica y la ópera (en 2011 estrenó uno de sus títulos fundamenta­les en este registro,

Telesio), la publicació­n en 1979 del disco L’era del cinghiale bianco abrió de una vez y para siempre las puertas a Battiato de su reconocimi­ento como artista del pop.

En realidad, el pop significab­a para Battiato una síntesis proverbial de los lenguajes con los que había trabajado en los 70, con una producción que combinaba contundent­es bases electrónic­as y arreglos sinfónicos hasta conformar el sello más reconocibl­e del

músico, vertido en discos como Patriots (1980), L’arca di Noe (1982), Mondi Lontanissi­mi

(1985), Fisiognomi­ca (1989) y Caffè de la Paix (1993). Durante los 80 regaló himnos que grabó también en español gracias, especialme­nte, al éxito de Nómadas en 1987 y para cuya traducción contó con aliados tan imprevisto­s como El Último de la Fila: Yo quiero verte danzar, Centro de gravedad, Pobre patria, Bandera blanca, No time, no space (donde dio nuevas muestras de su amor a la cienciafic­ción: “Háblame de la existencia de mundos lejanísimo­s / de culturas sepultas / de continente­s a la deriva”), La estación de los amores,

Y te vengo a buscar, Los trenes de Tozeur (con la que compitió en el Festival de Eurovisión en 1985 a dúo con Alice: logró un más que honroso quinto puesto) y Cucurrucuc­ú, entre otras muchas, ganaron de inmediato adeptos que cayeron rendidos ante el magnetismo de aquel italiano extraño, que con su nariz prominente se agitaba bajo enormes gabardinas. Su idilio con la lengua española fue una cons

tante hasta 2012, cuando grabó la versión castellana de Apriti Sesamo con la colaboraci­ón del Grupo de Expertos Solynieve (o lo que es lo mismo, Jota de Los Planetas y Manu Ferrón), quienes tradujeron las letras del filósofo italiano Manlio Sgalambro.

Precisamen­te, Battiato colaboró habitualme­nte con Sgalambro hasta su muerte en 2014 en obras maestras como L’imboscata

(1996), Ferro battuto (2001), Dieci stratagemi (2004), Il vuoto

(2007) e Inneres auge (2010). También contó con el pensador para la escritura de los guiones de algunas de las películas que dirigió, como Perduto amor (2003) y

Musikanten (2006), en la que Alejandro Jodorowsky interpreta­ba a Beethoven. En 2007, su canción La

cura (que tuvo también su versión española como El cuidado), incluida en L’imboscata, fue reconocida como la mejor canción italiana del año, pero la aclamación popular no tardó en consagrarl­a como la más bella canción pop jamás escrita en la lengua de Dante: “Superaré las corrientes gravitacio­nales / el espacio y la luz / para que no puedas envejecer”.

Más allá del misticismo, de la ciencia-ficción y de la astronomía, cabe recordar también a Battiato como un artista que hizo gala en sus canciones de manera determinan­te de su compromiso político: “Las barricadas se alzan siempre por cuenta de la burguesía, que crea falsos mitos de progreso” (Up

patriots to arms); “He oído los disparos en una vía del centro / cuanta estúpida gallina, se pelean para nada” (Bandera blanca); “Los gobernante­s, cuántos perfectos inútiles bufones / en esta tierra que el dolor ha devastado” (Pobre

patria). En 2010 dedicó a Silvio Berlusconi en Inneres Auge un dardo de este calibre: “La justicia no es más que mercancía / de la que vivirían charlatane­s y estafadore­s / si no hiciera falta una moneda sonante / para lanzar como anzuelo entre la gente”.

El mismo Battiato presentó ya como su testamento musical en 2019 un disco de título bien revelador, Torneremo Ancora , en el que revisaba junto a la Royal Philharmon­ic Concert Orchestra canciones inolvidabl­es como Lode all’inviolato, L’animale, Prospettiv­a Nevsky, E ti vengo a cercare, Le nostre anime y La cura. Sin Franco Battiato la música será, inevitable­mente, menos honda, menos rica, menos sorprenden­te y menos divertida. Tendremos sus canciones, eso sí, para seguir surcando las corrientes gravitacio­nales, para que los telescopio­s gigantes continúen persiguien­do a las estrellas y para que queden naves interplane­tarias en las iglesias vacías.

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Un verso suelto. Inspirado lo mismo en el rock progresivo que en el misticismo sufí, Beethoven, los sintetizad­ores, la ciencia-ficción o los Stones, el genial artista llevaba décadas instalado en la memoria sentimenta­l de millones de italianos y españoles, sobre todo.
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