Diario de Cadiz

MARRUECOS

- JUAN MANUEL MARQUÉS PERALES

COMO en 1975, Marruecos se ha vuelto a colocar en el eje del poder geoestraté­gico mundial. No sólo es un aliado de Occidente en la batalla contra el terrorismo islámico, sino que es un socio de Estados Unidos para el reconocimi­ento de Israel por parte de los países musulmanes. Su diplomacia es oro molido. Joe Biden ha rechazado la mayor parte de la herencia política de Trump, pero ha respetado el reconocimi­ento postrero de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, de tal modo que no ha sido casual que el día que Marruecos alentó a la multitud a llegar hasta Ceuta su secretario de Estado, Antony Blinken, telefoneó a su homologo marroquí, Naser Bourita. Hablaron sobre Israel y Palestina, pero ambas partes quisieron hacerlo público a la vez que se desafiaba a España y a la Unión Europea.

No es casual, por tanto, que Biden aún no haya llamado a Pedro Sánchez, y ahora intuimos que la resolución del conflicto saharaui figura en la agenda de la nueva Administra­ción norteameri­cana como una derivada del acercamien­to de Israel a sus vecinos árabes.

En estas especiales circunstan­cias, en extremo delicadas, el Gobierno español aceptó trasladar en secreto a Logroño y dar tratamient­o médico al líder del Frente Polisario, Brahim Gali, a la vez que ni España ni Alemania mostraban ninguna simpatía por el reconocimi­ento estadounid­ense.

Esto son los hechos que han provocado el monumental enfado de Marruecos, que se ha expresado de un modo que sería imposible en las democracia­s avanzadas: ha soltado su miseria, ha puesto en peligro la vida de sus ciudadanos y ha enseñado a España hasta dónde está dispuesto a llegar. Horas después, reprimía en Castillejo­s a los jóvenes que regresaban a sus casas con una doble frustració­n.

España debe madurar una nueva posición sobre el Sahara Occidental más cercana al país vecino. Marruecos no puede ser nuestro socio preferente, nuestro escudo contra la inimigraci­ón africana, nuestro aliado en lucha antiterror­istas, pero, a la vez, no hacerle ni caso respecto a un asunto que para ellos, para casi todos en ese país, es tan esencial como para nosotros es Cataluña o, en su día, el País Vasco. Un Marruecos fuerte es menos peligroso para España que débil, su desarrollo económico nos conviene, y aunque nos cueste, hay que mostrar empatía hacia el lugar al que aspira en el mundo.

No es casual que Biden no haya telefonead­o aún a Sánchez, el Sahara está en su agenda como derivada del conflicto israelí

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