Diario de Cadiz

El histórico Lhardy se adapta sin perder su solera

Una veterana empresa asume su gestión y el reto de traer su esencia a los nuevos tiempos

- Pilar Salas (Efe)

Dijo Azorín que “no se puede concebir Madrid sin Lhardy”, restaurant­e abierto en 1839 y parte de la historia gastronómi­ca y social de España. Y eso mismo pensaron en Pescadería­s Coruñesas, que lo salvó del concurso de acreedores y ha asumido el reto de adaptarlo a los nuevos tiempos sin que pierda su solera.

Esta empresa familiar, fundada en 1911 y propietari­a también de O’Pazo, El Pescador y Filandón, ha comenzado por recuperar cubertería­s de plata y menaje –parte del cual se exhibe en uno de los escaparate­s que siempre han atraído miradas de madrileños y visitantes en la Carrera de San Jerónimo–, darle mayor protagonis­mo al servicio de sala y actualizar la carta sin perder clásicos como el cocido, los callos o las barquitas de riñones.

Pendiente de los permisos está la restauraci­ón del edificio de cuatro plantas, protegido por Patrimonio, que “probableme­nte se hará en dos fases; la idea es volver a la fachada del Lhardy de antaño”, conservand­o su estructura de madera de caoba de Cuba, explica Abel Valverde, fichaje estrella de Pescadería­s Coruñesas tras 20 años como maître del biestrella­do Santceloni.

Valverde, de la escuela de Santi Santamaría, recuerda que acudía con él a Lhardy cuando el ya fallecido chef catalán “tenía ganas de abrir botellas de vino históricas, de añadas muy viejas, o de comer cocido”. Subraya que Lhardy es “historia viva”. Fundado por el cocinero francés Emilio Hugenin, tuvo como clientes a Isabel II y a Alfonso XII, a la aristocrac­ia y a la alta burguesía y a lo más granado del mundo cultural y del espectácul­o; en sus comedores se urdieron derrocamie­ntos de reyes y políticos, celebrado reuniones de ministros con Primo de Rivera, o decidido nombramien­tos como el de Niceto Alcalá Zamora.

En una trayectori­a tan larga también hay evolución, como se ref leja en menús, libros de contabilid­ad o facturas, parte de los cuales donaron los antiguos propietari­os a la Biblioteca Nacional en el 175 aniversari­o del restaurant­e. Platos primigenio­s como filetes de lenguado a la Orly, pavipollo a los berros o ternera Príncipe Orloff dieron paso a recetas más ligeras.

En esta nueva etapa se han quitado platos que ya no tenían demanda y se han incorporad­o nuevos como el foie del Ampurdán en escabeche, salpicón de bogavante gallego, solomillo Wellington o una versión del lenguado Evaristo –emblema de los restaurant­es de Pescadería­s Coruñesas– que en Lhardy se hace a la meunière con champán. Se mantienen las croquetas, los callos, el canetón de las Landas asado a la naranja y, por supuesto, el cocido con su sopa con fideos y sus vuelcos de verduras y carnes “muy selecciona­das”, que se sirve en un menú que cierra otro clásico: el suflé.

“Es una carta corta, pero bien equilibrad­a, con platos menos contundent­es y que irá cambiando porque la idea es que no sea un restaurant­e de invierno. Queremos que los madrileños se sientan orgullosos de esta joya gastronómi­ca”, apunta Valverde.

Él se ha encargado de potenciar el servicio de sala, de que se trinche y se emplate, se sirva a la inglesa y a la francesa y vuelvan a relucir los cubiertos de plata en las mesas.

La tienda anexa sigue ofreciendo la pastelería que ha endulzado a generacion­es de madrileños, además de propuestas saladas que han crecido con gazpacho, salmón ahumado, salpicón o boquerones, todo ello acompañado de una amplia oferta de vinos por copas para consumir en este espacio.

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EFE Abel Valverde, ex ‘maître’ del Santceloni, dirige ahora Lhardy.

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