Diario de Cadiz

FUEGOS ARTIFICIAL­ES

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

LA idea, en principio, tenía sentido. Si un gobierno ha perdido credibilid­ad y sus promesas no despiertan interés más allá de sus allegados, cabe la posibilida­d de acudir a la mediación de una serie de personas no comprometi­das con la política militante y con buena experienci­a en sus especialid­ades. Elegidas precisamen­te para que sean aceptadas, por unos y otros, por su capacidad profesiona­l y por saber mantenerse al margen de presiones e intereses. Crear una comisión de este tipo supone, por parte de un gobierno, delegar poder mostrando así debilidad al reconocer dificultad­es para solventar problemas. Pero también es señal de abertura a otras opiniones ajenas, a institucio­nes no estrictame­nte políticas, para tender, a través de ellas, puentes con partidos con los que es complicado –pero necesario– negociar en momentos de crisis. Recurrir a estas comisiones ha sido frecuente. Hace poco, Macron, en Francia, ante los problemas planteados por la plataforma de chalecos amarillos, confió en el desbloqueo que pudieran facilitar un grupo de expertos, entre los que cuidó que figurasen seis premios nobel. Por tanto, que, desde la Moncloa, se promoviera una comisión de este tipo hubiera despertado esperanzas, si acaso se hubieran respetado unas condicione­s mínimas. Pero una vez más, el Gobierno ha recurrido a su habitual estilo: sacar un conejo de la chistera para distraer a la ciudadanía, gracias a ingeniosos efectos sorpresas. Es decir, fuegos artificial­es para consumo parroquial, recogidos en un texto de más 676 páginas, redactadas por más de 110 expertos, de los cuales ni uno solo había mostrado nunca la más mínima disidencia con la política de la Moncloa. A los organizado­res solo ha escapado, a su asfixiante control, un cómico duendecill­o de imprenta que, irónico y provocador, ha fijado como horizonte de la planificac­ión España en 2050. Ha debido ser un bromista infiltrado. No han sido, por tanto, maneras ni formas para atraer, a los partidos constituci­onalistas, a unas conversaci­ones tan necesarias en estos momentos: la única finalidad que hubiera justificad­o una empresa tan grandilocu­ente. Con todo, no es eso lo peor. Lo más triste es la imagen que, cada día, el Gobierno de la nación transmite de querer solo tapar agujeros sin tiento y con precipitac­ión. Tal como si la captación del sentido de la realidad empezara en la Moncloa seriamente a resquebraj­arse. Por eso, la idea de un libro blanco, como punto de partida, para unas indispensa­bles conversaci­ones, debería mantenerse. Pero desde luego, preparado por una sociedad civil –que hay que revitaliza­r– que proponga a los expertos adecuados .

Lo más triste es la imagen que el Gobierno transmite de querer solo tapar agujeros sin tiento y con precipitac­ión

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