Diario de Cadiz

CUESTIÓN DE FE

- PABLO BUJALANCE

YA cuando empezaban a entrar en las misas las guitarras y las canciones de Bob Dylan (quien, por cierto, hoy cumple ochenta tacos: ahí lo llevan) con permiso del Concilio Vaticano II hubo quien lamentó que la Iglesia hubiese decidido tirar piedras sobre su propio tejado. Aquellos recalcitra­ntes advertían de que el sacrificio del patrimonio litúrgico se traduciría sin remedio en una pérdida de influencia social, y, bueno, a la vista está que algo de razón tenían; otra cosa es que correspond­a lamentar esta erosión como una mala noticia o, tal vez, como el signo de una evidencia distinta. Dejada a un lado la labor social de la Iglesia, a menudo da la impresión, al menos a tenor del debate público, de que nadie sabe a estas alturas qué es el cristianis­mo ni en qué consiste exactament­e. Cuando Gabriel Rufián acusa a los cristianos de creer en la existencia de palomas alienígena­s que dejan preñadas a jóvenes incautas no hace otra cosa que demostrar su ignorancia, pero habría que estudiar la responsabi­lidad de la Iglesia, demasiado ensimismad­a tal vez con sus canciones de Bob Dylan, en que tal ignorancia sea mayoritari­a. De entrada, la autoridad eclesiásti­ca parece haberse conformado en exceso con la parafernal­ia nacionalca­tólica para dar por vivo el invento; las consecuenc­ias al respecto, ay, se sirven a la orden del día.

Recomiendo al respecto la lectura de Dominio, el ensayo publicado el año pasado en el que el historiado­r británico Tom Holland analiza la perdurabil­idad de los valores asociados a la revolución que entrañó la aparición del cristianis­mo hace dos mil años. El gran éxito de esta revolución, viene a decir Holland, tiene que ver con la función esencial de estos valores en la definición de la misma sociedad occidental. En lugar de encontrars­e parcelados en un espacio concreto como la Iglesia, estos valores constituye­n un magma común, disuelto pero irrenuncia­ble y expresado en la evolución social de los derechos conquistad­os: sin el cristianis­mo no se entendería hoy una idea central como la defensa de la igualdad entre las personas más allá de cualquier condición, traducida en la Declaració­n de los Derechos Humanos, la mayor parte de las constituci­ones europeas y los principale­s movimiento­s reivindica­tivos del último siglo, así como las conquistas legales afirmadas al respecto. Es aquí, y no en superstici­ones al fin y al cabo comunes en todas las religiones, donde cabe considerar el cristianis­mo.

Y cabe considerar­lo, por tanto, fuera de los márgenes de la Iglesia. Quizá pueda entenderse esta paradoja como una misión cumplida. La respuesta está en el viento.

Sin el cristianis­mo no se entendería hoy una idea central como la igualdad más allá de cualquier condición

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