Laicismo y razón
Después de ser ferozmente caricaturizada en vida y asimilada a una bestia inmunda por la propaganda franquista, la figura de Azaña fue rehabilitada ya antes de la restauración de la democracia, cuando los historiadores empezaron a analizar con rigor la actuación, la personalidad y el legado del escritor y estadista, un hombre complejo que rehúye los perfiles planos. Citada siempre cuando se habla de su anticlericalismo, El jardín de los frailes suele ponerse en relación con la demoledora A.M.D.G. de Ramón Pérez de Ayala, la novela en la que el también republicano y compañero de la generación del 14 arremetió contra los males de la pedagogía jesuita, pero Azaña no usa del trazo grueso ni retrata a los agustinos de un modo tan implacable. En su evocación, por lo demás, escribe con razón Prieto de Paula, “lo preponderante no son las referencias a la educación dogmática, enemiga de la curiosidad y el saber interrogativo, sino la condena de un modelo de país fracasado”. La “pretendida anti-religiosidad” de Azaña, como explica
Gabriel Moreno en el estudio preliminar a su reciente edición de La responsabilidad de las multitudes, la memoria doctoral con la que inició su andadura, parte de una frase mal entendida –el célebre “España ha dejado de ser católica”, donde con España se refería al Estado– y no es “odio teológico”, en palabras del mismo Azaña, sino “actitud de la razón”. Su laicismo de inspiración francesa no perseguía las creencias ni arremetía contra la libertad de culto, pero de hecho tuvo que convivir con el odio cierto de los incendiarios y de algún modo quedaría contaminado por el fanatismo de las turbas.