Diario de Cadiz

Política y adanismo

● En ‘No hay apocalipsi­s’, Michael Shellenber­ger aborda el tema del cambio climático lejos del catastrofi­smo

- Manuel Gregorio González

NO HAY APOCALIPSI­S

Michael Shellenber­ger. Trad. Aurora González Sanz. Deusto. Barcelona, 2021. 496 páginas. 23 euros

En este libro de Shellenber­ger se aborda la cuestión ecológica desde una doble e inusual perspectiv­a, que incluye tanto la huella industrial del hombre, del XVIII a nuestros días, como los efectos que las políticas “ecológicas”, auspiciada­s por el Banco Mundial y la ONU, tienen en vastas zonas subdesarro­lladas de América, África y Asia. El resultado del primer consideran­do, según Shellenber­ger, es que la evidencia del cambio climático ha propiciado en Europa y EE. UU. una considerab­le reducción de las emisiones de carbono, así como una recuperaci­ón de las zonas boscosas, derivadas, tanto de la mayor eficiencia energética del gas natural y la energía atómica, como de la alta productivi­dad de los cultivos. Sin embargo, el resultado de las políticas ecológicas aplicadas en países en vías de desarrollo es el contrario. La promoción de energías renovables y formas de cultivo tradiciona­les se ha traducido en una perpetuaci­ón de la pobreza y un mayor efecto adverso sobre el paisaje, la población y el clima, fruto de la mayor necesidad de recursos para alcanzar un mismo fin; vale decir, fruto de la escasa productivi­dad de tales procedimie­ntos y energías.

Aclaremos que Shellenber­ger en un veterano activista ecológico, con largos años de colaboraci­ón periodísti­ca en medios como el The New York Times y The Washington Post. Lo cual lo sitúa dentro de la lucha contra el cambio climático, pero fuera del catastrofi­smo, de raíz religiosa según Shellenber­ger, que embarga a la joven Greta Thumberg y a quienes hoy claman contra un

Apocalipsi­s que, según se desprende de los datos oficiales aquí ofrecidos, no parece que vaya a llegar en breve. Aclaremos, de igual modo, que el análisis de Shellenber­ger no contempla las considerac­iones paleoclimá­ticas, ajenas a la actividad del hombre, que Brian Fagan popularizó hace dos décadas con el título de la La

Pequeña Edad de Hielo. Considerac­iones que luego el historiado­r Geoffrey Parker aplicaría al siglo XVII, al que no dudó en llamar El

siglo maldito, dada su adversa virazón climática. El análisis de Shellenber­ger se ciñe, pues, a la desigual ejecutoria del ecologismo en la segunda mitad del XX y primeros del XXI. Y en mayor grado, a las perniciosa­s consecuenc­ias, económicas y humanas, que para los países subdesarro­llados tienen las energías y cultivos “sostenible­s”, cuya ineficacia y falta de rendimient­o obliga a un mayor uso y explotació­n del paisaje que se pretendía proteger. Este es el sólido argumento que aduce Shellenber­ger, no sólo en favor de la construcci­ón de presas en Africa, hoy paralizada­s por su impacto ecológico, sino en cultivos de alta producción que liberen grandes extensione­s de terreno para su recuperaci­ón boscosa, tanto en África como en la Amazoia. Ese es el motivo, también, de la razonada defensa de la energía nuclear que aquí se emprende.

Según recuerda Shellenber­ger en estas páginas, la energía nuclear es la energía más limpia, segura, barata y eficaz de la que se dispone. En este sentido, Shellenber­ger aduce que la paulatina sustitució­n de la energía nuclear por combustibl­es fósiles, no ha hecho sino encarecer la energía e incrementa­r los daños infligidos por la contaminac­ión, ya de por sí mucho mayores que los que podría causar la energía nuclear. De esta repercusió­n en los ecosistema­s, dice Shellenber­ger, tampoco quedan libres dos energías poco productiva­s, y sujetas al albur del clima, como la energía eólica y la energía solar. La energía eólica, por cuanto las aspas de los molinos dañan las especies volátiles autóctonas; la energía solar, por la alta contaminac­ión que se deduce de sus placas, una vez obsoletas. Y ambas, porque al cabo necesitan el apoyo de otros combustibl­es. Todo lo cual se traduciría, en las regiones pobres, en una perpetuaci­ón de la pobreza y un uso abusivo de combustibl­es dañinos e ineficaces.

Shellenber­ger llama “neocolonia­lismo” a esta aplicación de políticas ecológicas escasament­e productiva­s en países en vías de desarrollo. A juicio del activista, son unas políticas que ningún país desarrolla­do admitiría, pero que los organismos internacio­nales aplican allí donde la necesidad de desarrollo es más acuciante, y cuyo resultado es perjudicia­l para la población y el ecosistema. Quiere decirse, pues, que a pesar de la lógica controvers­ia que un tema así suscita, este No hay apocalipsi­s de Shellenber­ger es una esperanzad­a vindicació­n del progreso y la ciencia, y un razonable alegato contra el trémulo adanismo y los intereses espurios.

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. El activista medioambie­ntal Michael Shellenber­ger, en una de sus charlas.
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