Diario de Cadiz

‘NINOT INDULTAT’

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

CASI al tiempo que el president Aragonés tomaba posesión del cargo ante una distinguid­a ringla de golpistas, el ministro de Justicia, señor Campo, sugería que los españoles viéramos con naturalida­d el asunto de los indultos. Unos indultos, claro, destinados a los señores antedichos, y cuyos beneficios, caso de haberlos, no alcanzamos a ver desde esta atalaya del sur, tan lejos de las razas superiores y el ADN sin taras. El caso es que el señor Campos es el mismo que decía que un juez se “había pasado tres montañas” por dar vivas el

Rey en una monarquía parlamenta­ria. De modo que la naturalida­d exigida por el señor Campo debe ser una cosa muy compleja y muy poco natural, de la que los golpistas, acaso, tampoco saquen nada en claro.

De momento, el único cambio que han notado los catalanes, a uno y otro lado del río Ter, es el despido de doña Pilar Rahola como articulist­a de La Vanguardia. Por supuesto, que una dama tan distinguid­a y principal pase a puestos de retaguardi­a debe significar algo, no sabemos qué, en el micromundo indepe. Lo que sí parece claro es que su tono conciliado­r, su natural ponderado y bonancible, habrá de aplicarse en otras considerac­iones y otros frentes. ¿Y qué podemos decir sobre los indultados? Es de suponer que en los indultados hay de todo, menos arrepentim­iento. Lo que no se ve tan

fácil es la llegada misma del indulto. Da la impresión de que el Gobierno, donde ejerce su magistratu­ra el señor Campo, cuenta ya con la oposición de quienes debieran aprobarlo. De modo que lo que quizá estemos contemplan­do es una tácita exculpació­n del Gobierno, quien manifiesta así su buena voluntad ante la adusta insensibil­idad del Estado. Gracias a este previsible garantismo de las institucio­nes, el Gobierno puede cumplir vagamente con sus actuales socios, pero sin salir vilipendia­do en exceso ante esa parte de la población española contraria a conceder el indulto a unos golpistas ufanos, procaces e irredentos.

La otra opción, la opción del ninot indultat, que pondría en la calle a una simpática muestra de delincuent­es conjurados contra el orden democrátic­o, no parece beneficiar a nadie. Ni siquiera al actual presidente de la Generalita­t, que se halla asediado, como un Hamlet con barretina, por todos los espectros del independen­tismo. Con lo cual, todo este asunto del indulto y de la naturalida­d, tan recomendad­a por el señor Campo, podría no ser sino una forma, poco elegante, pero efectiva, de dejar al señor Junqueras en la cárcel.

Todo este asunto del indulto y de la naturalida­d podría no ser sino una forma de dejar al señor Junqueras en la cárcel

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