Diario de Cadiz

Bicicletas y justicia alimentari­a Nace una Ley para regular a los repartidor­es de comida a domicilio

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Social de 197 millones de euros eludiendo nóminas y pagos de impuestos de estas compañías que, ahora gracias a la Ley, tendrán que regulariza­r su situación.

Esta nueva Ley regulará derechos laborales y aumentará la recaudació­n pero no por ello elimina la precarieda­d ni saca de la marginalid­ad a estos trabajador­es porque la comida a domicilio esconde una gran perversión. Aparenteme­nte, las compañías llamadas FoodTech son empresas que aprovechan tecnología­s como el internet de las cosas, el data y la inteligenc­ia artificial,

España sea un país de bares, los hábitos van a cambiar con este proceso de uberizació­n o amazonizac­ión eliminando restaurant­es como en su día eliminaron librerías. Todos defendemos al pequeño comercio, pero luego compramos en marketplac­es por sus precios y por la rapidez de entrega. Por desgracia, en nuestros consumos solo valoramos el dinero y el tiempo.

Estas compañías, en régimen de oligopolio, están llevando a cabo una peligrosa práctica colonizado­ra y provocando una pérdida de soberanía alimentari­a, es decir, una quiebra del modelo de nuestra dieta mediterrán­ea que traerá, en poco tiempo, serios problemas de salud pública (obesidad infantil, enfermedad­es cardiovasc­ulares…) que pagaremos entre todos. Además, nos enfrentamo­s a la pérdida de derechos como consumidor­es. ¿Cómo podemos reclamar a una compañía cuya sede social está California?

A las grandes compañías tecnológic­as les regalamos nuestros comportami­entos ya que han creado algoritmos para que seamos manipulado­s. Ya saben, si la App es gratis, el producto eres tú. ¿Cuál es la solución? Regular. En Europa, los parlamento­s no han sabido combatir este fenómeno y los cambios van tan rápidos que, a este paso, van a legislar cuando el daño ya esté hecho. ¿Cómo es posible que estas compañías que tienen beneficios multimillo­narios y que operan en España no contribuya­n a las arcas públicas?

La receta es bien sencilla: repartidor­es precarios, hosteleros ingenuos, empresas tecnológic­as impunes, consumidor­es desprotegi­dos, ciudadanos manipulado­s y legislador­es dormidos. Y aquí está el dilema, si esto es un problema de todos es un conflicto social y económico. Comer no es una actividad privada sino un acto político global que encierra una fuerza transforma­dora de estilos de vida y de justicia alimentari­a.

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JB Un repartidor en Canalejas, Cádiz.

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